EL
CASCANUECES
dejar
de ser niño
Título: El Cascanueces (Ballet en dos actos)
Música: Piotr Chaikosky
Coreografía y libreto: Gediminas Tarandá
Diseño
del decorado y vestuario: Andrey Zlobin, Anna Epatieva
Profesora repetidora: Galina
Sbliapina
(Artista de Honor de Rusia, Laureada del Premio Nacional
de Rusia)
Sonido: German
Likbanskiy
Luces: Natalia
Markovicb
Maquillaje: Elena Selskaya
Vestuario: María
Andronovskaya,
Montaje: Nikolay Vasiliev Administración:
Oga Ovcbinnikova
Logística: Ana
Layna
Traductor: Alexander
Soloviov
Compañía:
Ballet
Imperial Ruso
Producción en España: Tatiana Solovieva
Intérpretes:
Solistas:
Vitautas Taranda (Drosselmeier), Igor Shesterikov (Sr. Stalbaum,
padre de Masha (anfitrión de la casa), Elena Kolesnichenko Madre de Masha
(anfitriona de la casa), Masha Sokolnikova (1, 5 -19:00 de julio)/Vara
Araptanova (2, 4, 5 -22:30 de julio)/Anna Ivanova(3, 6 de julio) (Masha),
Ekaterina Tikanova (Franz (hermano de Masha), Nariman Bekzhanov (1,3,5-19:00 de
julio) . Alexander Volkov (2, 4, 5 :2'30 de julio) (Cascanueces / Príncipe),
Alexander
Volkov (Abuelo), Anna Gaidash (Abuela)
Muñecos:
Ekaterina
Tikanova (Cascanueces), Vitaly Zabelin (1, 2, 3, 4 dejulio)/Alexey Gerasimov
(5, 6 dejulio) (Arlequín), Masha Sokolnikova (2, 3, 5 -22:30 de julio)/ Vara
Araptanova (1,6 de julio), Anna Ivanova
(4, 5-19:00 de julio) (Colombina), Nikolay Kalabin (2, 4,
5-22'30, 6 dejulio), Alexander Alikin (1, 3, 5 -19:00 de julio (Moro)
Igor
Shesterikov (Rey de los Ratones)
Danza
Española: Anna
Pashkova, Nikolay Kalabin, Vitaly Zabelin
Danza
Oriental: Elena
Kolesnichenko
Danza
China:
Mayumi Kaneko, Alexandr Alikin
Danza
Rusa: Yulia
Golovina, Ekaterina Tikanova, Nikolay Kalabin
Vals: Anastasia Galustova, Irina
Lapteva, Anna Gaidash, Alina Syaileva
Niños: Conservatorio
profesional de danza de Madrid
Director del Ballet: Vitautas
Tarandá
Director Artístico del Ballet: Gediminas Tarandá
Estreno
en España:
Teatro Compac Gran Via, 1-VI-2008 |
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Durante las Navidades las compañías de Ballet Clásico – los
países que las tienen – suelen colgar en las fachadas de los teatros El Cascanueces (*). En principio, es un
espectáculo para toda la familia porque admite a doble banda, escenario y
platea, a los niños. Unos interpretan y otros son espectadores.
A lo largo de la historia ha habido diversas interpretaciones de
este ballet, siempre con la música de Piotr I. Tchaikovsky, buceando en
las confusas aguas del subconsciente humano y en concreto de esa niña –
puber ella – que en esta versión llaman Masha (Marie en el cuento
original de Ernst Theodor Wilhelm
(Amadeus) Hoffman y Clara en la adaptación de Alejandro Dumas) (**). Según se insista,
más o menos, en el indagar en la personalidad de Masha y su problema de
pubertad, tiene más o menos acceso los niños.
Gediminas
Tarandá firma la coreografía y el libreto de este Cascanueces. Opta por un tratamiento más cercano a los
niños, lo cual no impide por parte de los adultos una lectura más
profunda, como sucede en todos los cuentos.
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El
cuento de Dumas nos habla de una
niña, Clara, que festeja, en su decimonónica casa burguesa,
la Navidad con sus amigos, los
obligados regalos y el mítico árbol incluido cargado de luces y juguetes. Drosselmeier
– tío de Clara, pero en otras versiones mago fabricante de juguetes sin
parentesco alguno etc…-, tras hacer las delicias de los niños con una
exhibición juguetes mecánicos regala a Clara un muñeco: Cascanueces.
Clara queda dormida y en su
ensoñación asiste a la lucha de este Cascanueces contra los
ratones, en la que se ven incluidos los soldaditos del árbol de Navidad, para
defenderlo. Cascanueces cae herido,
pero la magia de Drosselmeier lo trasforma en un príncipe que acompaña a
Clara
a través de fantásticos parajes. Al final todo ha sido un sueño. |
Gediminas Tarandá construye su propio libreto,
manteniendo muchas partes, a nivel argumental, fieles a los orígenes. Comienza
por trasladar la acción a principios del siglo XIX – el cuento original se
escribe 1816 – en vez de finales del XIX – se estrenó el Ballet en 1892 -, que
algunas versiones sitúan con un vestuario romántico. Drosselmeier no aparece
como tío sino como un chiflado y paternal fabricante de juguetes a medias entre
el inventor y el mago, que derrocha buen humor y amor para con los niños.
En cuanto a Clara, que aquí toma el nombre de Masha, es algo más que
una niña
pequeña. Sigue la interpretación de algunas versiones,
apuntando el problema de Masha: su
necesario paso a la adolescencia y sus miedos – el ataque de los ratones - a la
obligada pero ignota pubertad. El feliz mundo burgués tiene que abandonarlo y
abrirse a nuevas experiencias, apoyada en ese Cascanueces-Príncipe que
le llevará a descubrir el amor. Entre esas experiencias está el viaje por
diversas culturas, visualizadas en las diversas danzas, y la necesidad de no
encerrarse en una única cultura. Se trata de abrir los ojos ante el mundo. Para
evitar que se vuelva atrás – en la fábula, todo ha sido un sueño
imposible – Drosselmeier convierte ese sueño en realidad. También
recupera la metáfora del búho con esos ojos fijos que ven en
la oscuridad y que, en un momento dado se identifica visualmente con Drosselmeier:
el profeta que sabe ver más allá de la realidad presente.
Gediminas, en su coreografía, opta por
la presencia de los niños, que en esta ocasión y en el discreto
escenario, en cuanto a dimensiones, del Teatro
Compac Gran Vía, aparecen como legión. Lo inundan, sobre todo en el primer
acto, creando una agradable sensación de aparente improvisación. Ello le lleva
a utilizar profusamente la pantomima con apuntes de danza para los niños – provienen de
escuelas de danza -, que los convierte en protagonistas
y captan la benevolencia y sonrisa del público por sus movimientos, desmadejados
en los
más pequeñitos, pero de una gran frescura que expresan muy bien
ese mimetismo al que son proclives los niños cuando quieren remedar el
movimiento ante el baile de cada uno de los muñecos mecánicos. Hay algo
más: Drosselmeir
aparece como un mago simpático, casi padre bonachón, y, curiosamente,
se crea una doble historia. Al ser Vitautas
Tarandá (hermano pequeño de Gediminas)
el director del Ballet Imperial Ruso
quien interpreta a Drosselmeier, hay momentos en que parece desdibujarse la
frontera de la ficción y la realidad como es cuando, como Drosselmeier, dirige al
enjambre de niños sobre el escenario, manifestando una agradable y
entrañable humanidad. En ese momento no sabemos si el que disfruta es Drosselmeier
– mago del cuento - o
Vitautas – mago del Ballet. Esta
benevolencia para con los niños produce también en el resto de los
bailarines como cierta convicción de que los niños son los
protagonistas.
Otra de las virtudes es que la narración resulta muy bien contada
sin necesidad de explicaciones añadidas por otros medios, lo cual quiere
decir que el libreto está integrado, a nivel dramático, en la propia
coreografía y pantomima.
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Tras
este primer acto de divertimento y cierta ternura, se agradece cuando llega la
parte propiamente balletística, en los diversos reinos a los que la pareja
protagonista acude. En conjunto, el Ballet
Imperial Ruso muestra una gran precisión, profesionalidad y una fluidez en
los cuerpos de los bailarines como si la danza fuera connatural y no supusiera
esfuerzo. En este aspecto, deliciosa la sencilla danza de la primera escena que
se enhebra, con gracia, entre los niños.
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A nivel
general, no hay peros que ponerle desde
el punto de vista balletístico. Cabe destacar los precisos saltos de Alexander Alikin en la repetición de la
danza China, al final. Sorprende su limpieza y ejecución. Garbo y gracia en la danza
española de Anna Pashkova y Vitaly Zabelin – en el programa de mano
aparece también el nombre de Nikolay
Kalabin e imagino que es una errata ya que actúa en la danza rusa y la
danza española es un paso a dos - que marcan un estilizado baile español, como lo concibieron los
ballets clásicos rusos de entonces. Sobresale también como cuerpo de baile la
danza en el reino de los copos de nieve.
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El 4 de julio Yara
Araptanova (Masha) y Alexander
Volkov (Príncipe), interpretaban
a la pareja protagonista. Se trata de dos bailarines precisos, de movimientos
impregnados de naturalidad. Yara,
desde el principio, tiene la virtud de conectar dramáticamente con el público, a
pesar de que su protagonismo se lo roban la patulea de infantes. En los ballets
clásicos la prueba de fuego de los bailarines solistas o estrellas son las
virtuosistas exhibiciones de la pareja protagonista, los cuales a pesar del obligado
convencionalismo, alejado del nudo dramático, siempre agradan y arrancan los
aplausos intermitentemente. Alexander
Volko en su traslación de línea o de
círculo fue impoluto, pero tendente a la discreción más que a la
espectacularidad. Esos fragmentos convencionales, fascinan por la brillantez y
la elasticidad del salto que emula el vuelo y la ingravidez. Este vuelo ha sido
corto. Imagino que las dimensiones reducidas del escenario, provocan en el
bailarín la prudencia. Yara en sus
elegantes y decididas “pirouettes” tiene la virtud de crear una sensación de
naturalidad y seguridad que fascina.
El
Cascanueces, de partida, tiene un problema: los cambios de escenario. Por
decirlo de una sola vez: aquí básicamente se consiguen. Se recurre a los
tradicionales telones que se alzan hacia el telar sin romper el ritmo de la
narración. Sin embargo – imagino que se debe a las proporciones de este
escenario – se pierde el encanto de la transición de Masha hacia el país
nevado. Vemos cómo se levanta el telón de fondo y el árbol de navidad, en vez
del tener la sensación de que las paredes de la casa desaparecen. Esta elección
si se pretende así, sólo se entiende en una filosofía del “distanciamiento”, lo cual me parece que no va mucho
con el elemento mágico del cuento. ¿Era tan difícil dejar un punto de
luz sobre Masha y realizar la transición tramoyística sobre oscuro?
Un elemento escenográficamente y simbólicamente bien resuelto es
el omnipresente mueble central. Al principio es un mueble más, pero a media que
avanza la acción se convierte en teatro de marionetas, caja mágica de donde
puede surgir todo y al mismo tiempo cuadriculado
búho (en el cuento original un reloj). Es un acierto identificar el búho
con Drosselmeier
– se encarama sobre el mueble -, capaz de ver en la oscuridad y por tanto ver
lo que otros no pueden ver. Drosselmeier termina por ser una
especie de demiurgo, no solamente en la creación de muñecos, sino de
proporcionar miras más altas
en los humanos. Plásticamente la idea del
mueble
búho es un gran acierto. |
EL MUEBLE BÚHO |
Y ahora una pequeña apostilla. En un momento dado el mueble búho hace sus funciones de
teatro de “cristobitas” y nos cuentan una historia. Por lo visto el “Rey de los ratones quiere
secuestrar a
la Princesa,
pero el valiente Cascanueces lo derrota y salva a
la Princesa”,
según reza el programa de mano. Se trata de una justificación, por
adelantado, del sueño de Masha. La verdad sea dicha, son tan
pequeños los “cristobitas”, que no nos enteramos bien de la historia si
no hemos leído el programa de mano.
Y seguimos con otra apostilla. La obertura la escuchamos a telón
cerrado. Es lógico. Así ha sido de toda la vida, aunque en estos últimos tiempos,
las oberturas se han aprovechado para crear una historia a nivel de pantomima
con mayor o menor realismo o un ballet que adelante la historia, sobre todo en
el teatro musical. En el Teatro Novaya
Ópera, el Ballet Imperial Ruso
baila con orquesta y coro en directo. Sin embargo para las giras la música en
conserva es lo obligado, por “mor” de la economía. Por lo tanto, la obertura
aquí es en conserva y he experimentado, por vez primera, algo nuevo. Mientras
las oberturas las he disfrutado cuando la orquesta es en directo, en esta
ocasión me ha resultado larga y con deseos de que el telón se levante y
comience la historia. Imagino que la orquesta en vivo y el director con su
batuta, parecen aportar una pizca de dramatismo visual que la música enlatada no
tiene. En esta versión, al levantarse el telón, terminada la obertura, aparece
otro telón alusivo a la nieve – en terminología teatral telón corto -, delante
del cual se desarrollará, como prólogo en clave de pantomima, el itinerar de
invitados hacia la casa de Masha. Personalmente, creo que
hubiera sido más agradable, para la vista, este segundo telón que las cortinas
de terciopelo durante la mencionada obertura.
En este tratamiento, que quiere ser cercano al público, se opta
por romper la frontera entre escenario y platea en algunos momentos: los
ratones circulan por el patio de butacas atemorizando cómicamente al público, Drosselmeier,
con el muñeco de Cascanueces, también desciende y, en
un momento dado, acompañamos la danza con rítmicas palmadas por
invitación de Drosselmeier y de los niños.
Este Cascanueces de Tarandá se convierte en una nostálgica
y deliciosa velada familiar.
(*)
El primer El Cascanueces
está basado en el libro de cuentos de Ernst
Theodor Amadeus Hoffmann, titulado: El
Cascanueces y el Rey de los ratones (1816).
Más tarde Alejandro Dumas
(padre) adaptó el texto de Hoffman y
es en esta narración donde se basa el ballet de Tchaikovsky.
La obra se estrenó el 17 de diciembre de
1892, en el teatro Mariinskii de San Petersburgo bajo la coreografía
original de Lev Ivanov, el libro de Marius Petipa y la música de Piotr
I. Tchaikovsky.
(**) Cambió le nombre de Wilhelm
por el de Amadeus, debido a su
devoción por Amadeus Mozart.
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