MEDEA, USTED DECIDE
Medea en la televisión
MARÍA MIGUEL
Foto:
María Magdalena |
Título: Medea, usted decide.
Autor: Joan Espasa.
(Basada
en la obra de Heiner Müller)
Escenografía
y vestuario: Silvia
de Marta.
Iluminación: Raúl Alonso.
Fotografía:
María
Magdalena
Intérpretes:
María Miguel (Medea), Markos Marín (Jasón), Nacho Valiente (Presentador).
Dirección:
Jesús Almendro.
Estreno
en Madrid: Teatro
La grada, marzo de 2008.
La acción comienza
con un informativo en la televisión. El domicilio del magnate de
la comunicación, Creonte,
ha ardido y ha fallecido en el
incendio el dueño de la mansión y su hija, la
prometida de Jasón. El héroe es aquí un campeón olímpico,
de origen extranjero, pero con pasaporte nacional, que obtuvo la primera medalla de oro para la natación española. Medea, una mujer de
origen magrebí, casada con Jasón y separada de este, ha sido acusada de provocar el incendio
y, en consecuencia, encarcelada. La fama de Jasón, el orgulloso
nadador, modelo de héroe contemporáneo aclamado por todos, contribuye a que la
ira popular se desate contra ella en una suerte de juicio paralelo de
vejaciones e insultos, a los que contribuye su condición de extranjera. Sin
embargo, pocos días después, es puesta en libertad por falta de pruebas, lo que
desata otra polémica en los medios de comunicación, pero también el reencuentro
de la pareja. Jasón sigue pensando que su ex mujer es la responsable del
incendio, mientras Medea reclama a sus hijos, que Jasón ha puesto a buen
recaudo. Ninguno de los dos cede en el
encuentro, pero Jasón consigue que Medea acepte participar en un burdo
programa televisivo en el que la audiencia decide sobre los contenciosos de
pareja, con el fin de lograr así su deseo de ver a sus hijos. El programa
reviste la previsible obscenidad estridente propia de semejantes empresas. Los
dos contendientes discuten entre sí y finalmente se dirigen a los
telespectadores para tratar de convencerlos de su pretensión, mientras el
presentador pregunta e interviene con el desparpajo que se le supone y mientras
irrumpen en la pantalla los comentarios y opiniones de ciudadanos abordados en
la calle para solicitar su opinión sobre el escabroso asunto. Y, poco antes de la decisión final, cuando el
presentador permite a Medea ver de nuevo a sus hijos, los
da muerte, según el obligado final de la tragedia de Eurípides.
La impresionante
tragedia del dramaturgo griego ha conocido innumerables versiones, como es bien
sabido. Joan Espasa recurre ahora a esta actualización, inteligente y
oportuna, por cuanto aborda diversos problemas de indudable incidencia en la
sociedad española contemporánea. No es el de menor importancia el
relativo a la capacidad de manipulación y estupidización que ejercen los medios
de comunicación de masas, secundados por un gregarismo ciertamente culpable practicado por amplios
sectores de la población. Desde otra perspectiva no menos aguda se han ocupado
recientemente del asunto otros dramaturgos, entre ellos Juan Mayorga.
La manifestación
del racismo que convierte fácilmente al extranjero en chivo expiatorio está
latente también en la sociedad española y es alentado irresponsable,
cuando no criminalmente, por algunos grupos políticos y no pocos medios de
comunicación, de nuevo. Espasa no
renuncia a adentrarse en este espacio oscuro. Ciertamente no era ajeno el asunto a lo que ya planteaba Eurípides en la primera redacción de
esta tragedia. Medea no vaciló en traicionar y abandonar a su propia familia
con tal de ayudar a Jasón, pero este no tuvo escrúpulos en abandonarla cuando
estuvo seguro de la aquiescencia de una opinión social que sancionaría
favorablemente que se desprendiera del trato con aquella mujer bárbara. El
cinismo del Jasón de Eurípides llega
a tal extremo que trata de convencer a Medea de que debiera estarle
agradecida porque la ha traído a un lugar civilizado, que ha podido conocer
gracias a él. Este nuevo Jasón se sirvió de las drogas que Medea
le proporcionaba para obtener sus resonantes triunfos deportivos y ahora necesita
taparlo y olvidarlo. El abandono de la comprometedora extranjera puede ser un
principio para ello.
La actualización
del mito griego es hábil y está imaginada con agudeza y pertinencia. Sin
embargo, cabría plantear algunas salvedades. La primera es una obviedad: la
grandeza del texto euripídeo difícilmente puede tener parangón y sus relecturas
– todas - resisten mal las comparaciones con el grandioso original. La segunda
apunta hacia el exceso innecesario en la pretensión actualizadora. Quizás hubiera
sido conveniente confiar en la capacidad del espectador – casi siempre más
sagaz de lo que suponen algunos creadores - para entender las afinidades y
relaciones establecidas entre el motivo originario y su recreación. Y quizás
hubiera sido preferible también atenuar los perfiles satíricos del mundo
televisivo: presentador, programa. Intervenciones de los entrevistados a través
de la pantalla. Evidentemente, el espectáculo quiere poner de manifiesto su estridencia, su
irresponsabilidad y su mal gusto, pero estas notas se revelan sobradamente con
unos leves apuntes, mientras que su recurrencia resulta pesada e
innecesaria. No obstante, y a pesar de
estas objeciones, la reescritura de esta Medea merece ser considera y resulta
eficaz y hasta inquietante.
El espectáculo
cuenta con algunas soluciones estimables, aunque también, como queda dicho, con
un aparataje innecesario y cargante. La interpretación difícil, sin duda, es
desigual, aunque digna en su conjunto. Ha de valorarse el buen trabajo de María Miguel en el papel de Medea,
en el que ha sabido conseguir un delicado equilibrio entre la mujer vejada y marginada por la sociedad y
por su marido y entre la potencia que late en su interior, la misma que le
llevó a lograr el amor de y el triunfo
de Jasón
y a ejecutar una venganza dolorosa pero necesaria. El trabajo de la actriz,
contenido y sin grandes alardes, resulta, sin embargo, eficaz, limpio e
intenso.
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