ÁNGELES RESISTEN AL ATARDECER
Aún es posible la utopía
Título: Ángeles resisten al atardecer.
Autor y dirección: Carlos Fernández.
Ayudante de dirección: Elena Alonso.
Colabora:
Consejería de Cultura y Turismo
de
la Comunidad de Madrid y
Aula de Estudios Escénicos de
la
Universidad de Alcalá de Henares.
Intérpretes: Enrique Castro, Sara Martín, Emilio Tomé.
Estreno en Madrid: El canto de la cabra,
17 – I - 2008 |
|
El teatro de Carlos Fernández busca tenazmente expresiones
de respuesta a la vulneración padecida por el ser humano. La violencia y la
injusticia estructurales y multiformes, la hostilidad de los otros, la
agresividad del entorno o la propia insatisfacción e indignidad personal
encuentran en sus propuestas un ámbito en el que pueden exhibirse sin
emplastos, sin temor a pretendidas correcciones morales o sociales. Toda
exhibición lleva implícita alguna forma de complacencia y hasta de obscenidad,
pero también de persecución de la belleza. La exhibición teatral aspira además
a conjurar, siquiera idealmente, los males que la propia exhibición representa.
Hay, por tanto, en estos trabajos un fuerte grado de compromiso, combinado con
una dosis no menor de ingenuidad, ingenuidad consciente y asumida, transmutada
en hermosa e imposible utopía. Y una cierta rabia contenida, sublimada en estas
sugestivas propuestas que Fernández ha ido mostrando en las últimas temporadas
teatrales con trabajos que revelan una notable y creciente madurez, y una
inquietud estética que le llevan a una renovación permanente, aunque esta
mantenga y desarrolle esas señas de identidad propias de cada creador y
que, en Fernández, van adquiriendo
perfiles cada vez más nítidos.
Ángeles
resisten al atardecer, su última entrega, constituye, hasta el
momento, su trabajo más ambicioso. Resuenan
en él ecos diversos, desde la tradición malditista hasta la generación beat, pasando por cierto cine y cierta
literatura norteamericana, por el mundo crepuscular del teatro beckettiano o
por las aportaciones de otros creadores de la vanguardia escénica
española reciente, pero, ya desde
el título, advertimos el predominio de una relectura de los textos bíblicos.
Esta lectura es transversal y libre,
recreadora y ecléctica. Toma tanto el lenguaje parabólico e inocentemente didáctico
de los Evangelios, como aquellos pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento que
hablan de destrucción y castigo. Algunas
citas de episodios concretos –los relativos a Sodoma y Gomorra o a Moisés- adquieren especial intensidad y
son reelaboradas con ingenio, con intencionalidad y con belleza, pero, más allá
de estas referencias, advertimos un tono apocalíptico que impregna el
espectáculo y que reviste los caracteres propios del género: destrucción, terror, purificación, anuncios de la
posibilidad de un mundo diferente, y acaso mejor, y una extraña e
inquietante hermosura verbal, compatible con la violencia del lenguaje y de la
situación.
El hilo conductor
recuerda a un trabajo anterior, Todo es
distinto de cómo tú piensas, en el que los personajes intercambiaban
impresiones, relatos o comentarios, pero la estructura empleada en este último
trabajo es mucho más sólida y sugerente. Los dos jóvenes son ahora dos seres
marginales y entrañables, con un cierto aire de extraños
apóstoles que luchan por cambiar el mundo, a los que acompaña más tarde un
ángel-mujer. En un segundo término, en
semipenumbra, un anónimo narrador – papel asignado al propio Carlos Fernández -, quien, provisto de
atril y micrófono, lee las acotaciones y actúa como discreto maestro de
ceremonias. Los jóvenes y el ángel-mujer cuentan cuentos –trasuntos de
maravillosas parábolas- reviven escenas de terrible violencia -que muestran su
semejanza con tantos episodios contemporáneos, algunos explícitamente
mencionados y otros aludidos-, se transmutan en otros personajes, ejecutan
acciones diversas -con frecuencia cotidianas, pero no desprovistas de un valor
ritual o simbólico-, sueñan y
viajan en el espacio y en el tiempo, a la vez que filman su propio rostro –que
vemos reproducido en un monitor-, escuchan
canciones o dibujan en un gran mural al fondo del escenario, que se va
renovando una y otra vez a lo largo de la función.
Advertimos
precisamente esa madurez a la que nos referíamos no sólo en la riqueza temática
y en la intencionalidad crítica del trabajo, sino, además, en la integración de
lenguajes, cada vez más exigente y ambiciosa, pero también más plena y
cohesionada. El discurso verbal está también más conseguido, es más preciso,
más rico y más incisivo, con esa mezcla de humor ácido y poesía o con esa
atinada combinación entre el relato, en forma de soliloquio, y el diálogo, más
fluido y eficiente que en entregas anteriores. El dibujo, realizado ante los ojos de los
espectadores, aporta una inusitada y enriquecedora perspectiva a la representación,
la dinamiza y permite establecer contrastes, paralelismos o subrayados. Una
línea interesante de exploración teatral.
No es menester
insistir en el grado de entrega, de generosidad y compromiso de los tres
intérpretes. Y, por supuesto, el de Carlos
Fernández. En suma, son muchas las
razones para que Ángeles resisten al atardecer no deba pasar inadvertido. Es un
trabajo de referencia.
|