LOVE SONGS
(canción de amor)
Reflexiones sobre la mirada
Título: Love songs
Creación, imágenes y texto: Carlos Fernández
Creación e interpretación: Marisa Amor
Vídeo: Carlos Fernández, Lola Jiménez, Elena Quintana
Sonido: Nilo Gallego
Dirección: Carlos Fernández
Estreno en Madrid: Sala el Canto de la cabra,
11 – X - 2007 |
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Según explica Carlos Fernández en el programa de mano, Love songs es un amplio proyecto del
que ahora se ofrece una primera entrega. Una entrega breve, intensa y
sugestiva, terrible y fresca a un tiempo, que adquiere una cierta apariencia de
performance o de happening y que proporciona la estimulante sensación de una respuesta improvisada ante una
situación lacerante y sintomática. Y es
esta sensación de fugacidad, esa ligereza propia de lo efímero, que contrasta
eficaz y deliberadamente con la incisividad de las imágenes creadas, la que aporta una mayor dosis de belleza al
espectáculo.
El punto de partida
de esta entrega de Love songs es un
vídeo-poema montado con imágenes de la vida cotidiana en Birmania. El país que
lleva malviviendo cuarenta años bajo la bota de una cruenta dictadura
militar ocupó, hace unos semanas y
durante unos pocos días, las imágenes de los informativos y las portadas de los
periódicos, para desaparecer nuevamente en el olvido de los medios de
comunicación de masas, tan acostumbrados a crear y a destruir noticias en la
medida en que constituye o dejan de constituir espectáculo, independientemente de
las consecuencias que los acontecimientos o las situaciones tengan para las vidas humanas de quienes las
viven, las padecen o simplemente las contemplan. Esta construcción frívola e
irresponsable de la noticia por parte de los medios de comunicación –circo informativo mediático occidental,
lo denomina con acierto Carlos Fernández - para solaz y entretenimiento de un público innumerable y anónimo ha merecido
sagaces estudios y discusiones, pero, ciertamente, el teatro proporciona una
herramienta singularmente adecuada para criticar -desde dentro- el proceso de
la construcción de una representación falaz e inocua. Son ya algunos creadores
de la vanguardia escénica los que, desde distintas perspectivas, géneros,
procedimientos y estilos han abordado críticamente esta cuestión. Este ciclo que inicia ahora Carlos Fernández se suma a un conjunto
de trabajos estimables.
Tras la proyección
del vídeo-poema, la intérprete, vestida con un mono negro, enguantada y con el
rostro y la cabeza cubiertos, lo que
sugiere la idea de anonimato, pero caso también de desprotección y hasta de
ceguera, atrapada en un pasillo de luz
entre las dos filas que configuran los espectadores, ejecuta una suerte de
danza –alucinada y energética, desconcertada y liberadora, desesperada y rabiosa, inquisitiva y ritual- con la que
pretende buscar una salida del laberinto o una respuesta al problema
acuciante que provoca su pesadilla. Sólo
al término de su danza, se abre el mono con que se viste, deja al descubierto sus pechos y se hiere con
un cuchillo bajo su seno izquierdo provocándose una herida sangrienta. Su
reacción es ya personal, incisiva en carne propia, comprometida y provocadora, ajena
al anónimo refugio desde el que se contemplan las representaciones que
proporcionan los medios. Tras la vigorosa imagen, vuelve la proyección, durante
unos minutos, del vídeo-poema.
Esta primera “canción
de amor”, más acá o más allá de la acerada ironía del título, propone una reflexión sobre modos de mirar, sobre la
posibilidad de traspasar la rutina, de liberar la conciencia personal de la
manipulación sistemática. Una llamada de atención sobre la distancia entre la
representación del dolor ajeno y la herida propia. Y su resolución estética es limpia e
impecable.
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