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TRUENOS & MISTERIOS
Sobre la edad
madura
en la
SALA CUARTA
PARED
de
MADRID
PROGRAMACIÓN NACIONAL TEATRO
1,
2, 3 y 4 de febrero: 21:00 h
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Título: Truenos y misterios.
Creación y dirección: Ana Vallés.
Espacio escénico,
iluminación y música: Baltasar
Patiño. Textos: Ana Vallés, Thomas Bernhard, Harry Frankfurt, Carlos
Sarrió, Juan Cejudo, Perico Bermúdez, Mauricio González.
Vestuario: Matarile Teatro.
Intérpretes: Ana Vallés, Carlos Sarrió, Juan Cejudo,
Perico Bermúdez, Mauricio González.
Estreno en Madrid: Sala Cuarta pared, 1- II - 2007. |
FOTO: BALTASAR PATIÑO |
Vuelve Matarile con un espectáculo que se
distancia de los dos o tres trabajos inmediatamente anteriores. Si en ellos se
partía de la celebración festiva y se jugaba con una amalgama metateatral de
formas diversas de espectáculo, como la danza, el circo, la música popular o
incluso las variedades, en Truenos y
misterios el tono, sin dejar de ser entrañable, se vuelve más
preocupado e íntimo, más grave en ocasiones, aunque esté tamizado siempre por
la ironía. Los colores alegres se apagan y dominan los tonos oscuros o
discretos. La música restallante, que envolvía a todos en la celebración
popular, permanece ahora en un territorio más reducido, ceñida al ámbito de lo privado, y
suena más inquietante y menos despreocupada.
Truenos y misterios plantea una reflexión
sobre la madurez, sobre esa etapa que viven los seres humanos que han dejado
atrás los cuarenta hace ya algún tiempo y en la que las ilusiones y proyectos
van abriendo paso a los recuerdos y a las reflexiones, al intento de explicar o
justificar la insatisfacción con uno
mismo, el descontento por lo que no se ha alcanzado o, acaso, afrontar la
vergüenza por las limitaciones que lo convierten en un ser vulnerable e incluso
un tanto cómico. Naturalmente estas reflexiones se plantean desde el humor
ingenioso y dislocado, profundo e informal en apariencia, característico de Ana Vallés, y desde un conjunto de
soluciones teatrales inusitadas, sorprendentes y sugestivas a las que Matarile no está dispuesta a renunciar
nunca.
El
espectáculo se construye en torno a una mesa oblonga de grandes dimensiones,
que se convierte en el eje de la acción y de las relaciones entre los cinco
intérpretes, a los que se suma la presencia del pianista, en un rincón del
escenario, quien ejecuta la música en vivo, coloca discos interfiere en la
música grabada, o abandona inesperadamente su posición para regresar al cabo de
un tiempo. Una pizarra situada frente a los espectadores, al fondo del
escenario, completa los elementos de la austera escenografía y es utilizada por
el investigador-profesor, pero también por algún otro de los intérpretes. En
este entorno se entrecruzan los fragmentos de historias personales, biografías
íntimas, casi siempre un tanto menesterosas, cuando no cómicas o dignas de una
compasión, siempre contenida y escéptica. Lo real apenas deja sitio a lo
ficcional, aunque esa realidad se presente teatralizada mediante un juego de
perspectivas y de fracturas. La heterogeneidad
de los intérpretes -un bailarín, un investigador y tres actores de procedencias
y trayectorias muy distintas-, a los que se añade un esqueleto de
plástico que adquiere el status de cuasi personaje, incide precisamente en un solapamiento
y una ambigüedad que cuestiona los modelos escénicos tradicionales y que es
habitual en la producción de Matarile. Estas circunstancias se refuerzan con el
empleo de materiales intelectuales como los textos de Bernhard, la rememoración de los espectáculos de Kantor, el recuerdo de Sara Molina –afectuoso
homenaje digno de agradecimiento- o las lecciones de botánica que explica el
investigador y profesor. A esta deliberada amalgama se añaden la parodia
televisiva, la ejecución de esbozos de coreografías, algún sketch cómico, las canciones y, sobre todo, la concepción del
espectáculo como una suerte de tentativa, de ensayo, de trabajo inacabado e
incierto por momentos.
No
escapa al espectador la ironía postmoderna de estos procedimientos, ni el humor
intelectual con el que se afrontan –indulgente, pero agudamente- unas
relaciones marcadas por la invisibilidad y por la soledad profunda, que de puro
angustiosas resultan cómicas, o unas
biografías heridas y relativamente insatisfechas a las que no se quiere tomar
demasiado en serio.
En
suma, Truenos y misterios es un
espectáculo amargo y jovial a un tiempo, que supone un paso más en la
trayectoria coherente y ambiciosa de Matarile. Ana Vallés sigue investigando en los
territorios de sus obsesiones dramáticas e intelectuales, pero lo hace sin
repetir fórmulas, sino, por el contrario, asumiendo nuevos riesgos. Pero su
dominio de la situación, su seguridad en sí misma, son indudables, como lo son
también su originalidad y su extraordinario sentido de lo teatral.
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