LA CASA DE BERNARDA ALBA
DRAMA DE MUJERES
Título: La casa de Bernarda Alba.
Autor: Federico García Lorca.
Adaptación y dirección: A. Díaz Florián.
Escenografía: David León.
Vestuario: Abel Alba.
Iluminación: Quique Peña.
Intérpretes: Paz Buelta (Magdalena),
Olga Poded (Adela- Mª
Josefa),
Raquel Gómez (Angustias), Ester González (Poncia),
Dolores Lago (Martirio), Esther Marín (Bernarda)
y Nalika Mateu
/Érika Ramiro (Amelia-Prudencia).
Duración: 1 h. y 20 minutos.
Estreno: Teatro La Espada de Madera,
febrero 2006 (reposición). |
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Cuando uno accede a La espada de Madera, se tiene la
extraña sensación de haberse equivocado de lugar. Aquello no
parece un teatro, sino un recoleto rincón destinado a quién sabe
que actividad ajena a la propia de la farándula. Al entrar en la
sala, su mobiliario nos remite a un recinto sagrado. El espacio
reservado al público es un coro de iglesia situado, como en las
catedrales, frente al altar, que, aquí, es el escenario. El
hecho de que las actrices que van a oficiar la ceremonia teatral
reciban a los espectadores ya maquilladas y vestidas –rostros
blancos y ropas negras de los pies a la cabeza- acentúa la
sensación de que nos hallamos en un convento de clausura. Algo
tiene de ello la casa de Bernarda Alba, cuyas paredes se
alzan como barreras infranqueables que la aíslan del mundo
exterior. Hay, pues, al menos en este caso, una adecuación del
espacio teatral a lo que en él se representa.
La
puesta en escena de Díaz-Florián tiene algo de teatro de
marionetas, tan querido por Lorca, con esas muñeconas
grotescas con apariencia de enanas, tan parecidas a los
cabezudos que acompañan a los gigantones en algunas fiestas
populares, que, al caminar apoyadas en las rodillas, parecen
deslizarse por el escenario. La casa de Bernarda Alba
admite diversas lecturas, como bien puede comprobarse repasando
las numerosas representaciones que de ella se han ofrecido. La
de La Espada de Madera es tan válida como cualquier otra.
Bernarda es presentada como una mujer que vela por
la dignidad de su familia en una sociedad regida por el hombre.
No es el ser tiránico que otros han visto en el personaje, sino
la celadora cuyo objetivo es mantener a sus hijas lejos de
quiénes buscan en ellas el sometimiento a unas reglas
establecidas por una sociedad machista. Su tiranía no es, pues,
gratuita. Está justificada por las razones que la llevan a
ejercerla, y, si lo hace con mano de hierro, es porque, a pesar
de su aparente fortaleza, es un ser débil y solo. Menos acorde
con el espíritu de la obra es el paralelismo que se establece en
el programa de mano, afortunadamente menos perceptible en la
representación, con el maltrato femenino. Es cierto que en
muchos lugares del mundo las mujeres son apaleadas hasta la
muerte o lapidadas, pero Lorca, en su drama, no se
refería a eso.
El texto ha sido respetado en lo esencial. Los personajes lo
dicen sin pausas y lo gritan, en consonancia con la estética del
espectáculo. Sin embargo, se echan de menos algunos silencios,
tan importantes y expresivos como las palabras. Por ejemplo, en
la escena en que las hijas de Bernarda cosen. Hay
algún otro reparo, como el débil cocear del garañón contra los
muros de la casa, cuando debiera hacerlo con tal fuerza que
amenazara con echar abajo las paredes y, como dice
Prudencia, retemblara dentro de su pecho. Pero en todo
caso, estamos ante un trabajo riguroso y de enorme dignidad,
encuadrado en un amplio y ambicioso proyecto, del que este
espectáculo es una muestra. De la buena labor de las actrices,
destacan la de Ester González, en el papel de
Poncia, y Olga Goded, en el de Adela.
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