Mujeres soñaron caballos. Crítica Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Sábado, 06 de Febrero de 2010 18:34

 

MUJERES SOÑARON CABALLOS
SERES DESQUICIADOS

[2007-05-23]

Cuenta Veronesse que escribió Mujeres soñaron caballos a partir de un extraño suceso del que tuvo noticias. En algún lugar de Argentina se estaba produciendo una ola de suicidios de animales.


MUJERES SOÑARON CABALLOS
Seres desquiciados

Título: Mujeres soñaron caballos.
Autor: Daniel Veronesse.
Dirección, escenografía e iluminación: Daniel Veronesse.
Intérpretes: Celso Bugallo (Iván),  María Figueras (Lucera), Ginés García Millán (Rainer), Andrés Herrera (Roger), Blanca Portillo (Ulrika), Susi Sánchez (Bettina)
Estreno en Madrid: Teatro Valle-Inclán (Sala Francisco Nieva) CDN, 12 – IV - 2007.

FOTO: ALBERTO NEVADO


FOTO: ALBERTO NEVADO
Cuenta Veronesse  que escribió Mujeres soñaron caballos a partir de un extraño suceso del que tuvo noticias. En algún lugar de Argentina se estaba produciendo una ola de suicidios de animales. Llegaban éstos al borde de un acantilado y, sin causa aparente ni  nadie que les empujara a ello, se arrojaban al vacío. Lo que nos cuenta en la obra es una traslación de esa historia. Tres hermanos y sus respectivas parejas se han reunido a cenar en el piso de uno  de ellos. Un chiste vulgar contado por uno de los hombres, es el arranque de lo que se presenta como una velada familiar normal. Pero enseguida descubrimos que ese era el prólogo, muy breve, a una ceremonia de autodestrucción de un grupo de seres desquiciados. Como los animales suicidas, los personajes se inmolan, sin que nada ni nadie explique la razón de su conducta. La diferencia entre ambos casos, es que, en éste, mientras caen, se enfrentan unos a otros y se despedazan mutuamente, dominados por una furia aniquiladora. Nada sabemos, al inicio, de su pasado, pues su peripecia arranca en el momento en que le emprenden el viaje hacia la muerte, un viaje realizado a cámara lenta. Es a lo largo de él, cuando recibimos, de forma fragmentada, alguna información sobre su pasado: episodios que desembocan en fracasos personales y profesionales, violencia contenida que estalla a la menor provocación, odios antiguos que engordan con el paso del tiempo, el secreto deseo de cambiar de pareja… En la antesala de la muerte, los personajes muestran sin pudor sus sentimientos más íntimos, hasta entonces ocultos o vagamente insinuados. Pero ese repertorio de miserias, siendo importante, es insuficiente para entender cabalmente las dimensiones de la tragedia familiar a la que asistimos.
 

FOTO: ALBERTO NEVADO
La acción se desarrolla en el reducido espacio de una sala que hace las veces de comedor. Apenas siete metros cuadrados ocupados por una mesa, un sofá, una tabla de planchar plegada, algunas sillas y una canasta de baloncesto. En el espacio que queda se mueven, no sin dificultad, los seis personajes y aún uno de ellos, el anfitrión, lo usa como improvisada cancha en la que se desfoga botando un balón y ensayando tiros al aro. Dos puertas, una que da a la cocina y otra al exterior de la vivienda, permiten despejar la estancia cuando los diálogos exigen cierta intimidad. No llega a entenderse bien la necesidad de ese escenario claustrofóbico, máxime teniendo en cuenta que no es la causa de los que sucede, pues los personajes han llegado a él desde el exterior con sus problemas y sus obsesiones a cuestas. Tal vez se haya querido convertirlo en una especie de olla a presión en la que aumente la sensación de angustia, pero el ambiente que se crea sobra, pues algo tiene de redundante. Es como si se hubiera pretendido reforzar la violencia de la palabra con la que produce el agobio físico. En una estancia más amplia, el desenlace hubiera sido el mismo.
 

FOTO: ALBERTO NEVADO
A lo que si contribuye el reducido espacio, junto a la ausencia total de música y una iluminación que permanece invariable a lo largo de la representación, es a dar al espectáculo un carácter experimental que le aproxima a los que el propio Veronesse dirigió en la compañía bonaerense Periférico de Objetos. Pero con todo, lo mejor es el minucioso trabajo realizado con los actores, al que éstos han respondido espléndidamente, en especial Blanca Portillo y Ginés García Millán, que rayan a gran altura. Sin ellos, Mujeres soñando caballos hubiera sido otra cosa.

 


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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TEATRO VALLE INCLÁN
(Polivalente)
DIRECTOR: GERARDO VERA
SALA FRANCISCO NIEVA
Aforo: 150
PZ. DE LAVAPIÉS, S/N
28012 – MADRID
TF. 91 310 15 00
METRO: LAVAPIÉS
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Última actualización el Jueves, 06 de Mayo de 2010 14:48