La Cantante Calva. Crítica Imprimir
Escrito por Eduardo Pérez Rasilla   
Domingo, 07 de Febrero de 2010 07:33

LA CANTANTE CALVA
Yllana se encuentra con Ionesco


FOTOS: JULIO MOYA

Título: La cantante calva.
Autor: Eugene Ionesco.
Traducción: Luis Echávarri.
Adaptación y espacio escénico: Yllana.
Iluminación: Diego Domínguez.
Vestuario: Sol Curiel.
Sonido: Jorge Moreno.
Estructura escénica: Dream Factory.
Coreografía: Carlos Chamorro.
Fotografías: Julio Moya.
Ayudante de dirección: Juan Francisco Dorado.
Dirección artística: David Ottone, Joseph O’Courneen.
Producción: Ramón Sáez, Santiago San Román.
Dirección: Joseph O’Courneen.
Intérpretes: Paloma Tabasco, Paco Churruca, Roser Pujol, Carlos Cañas, Carmen Ruiz, David Fernández (Fabu).
Estreno en Madrid: Teatro Alfil, 14 – IV - 2005.


Se enfrenta Yllana a uno de los textos emblemáticos del teatro del siglo XX. Uno de esos textos que representan singularmente la visión que los seres humanos del siglo XX tenemos de nosotros mismos y de la situación histórica en la que vivimos. Y uno de esos textos, también, que todos conocemos, o creemos conocer, y sobre los imaginamos acaso una escenificación o, al menos, sobre los que proyectamos ya una interpretación, una filosofía que debe sustentarlo o desde la que debe comprenderse. Por todo ello no era una tarea fácil la que asumía un grupo caracterizado por una singular manera de concebir el teatro y dotado de una poderosa personalidad a la hora de abordar un espectáculo.

La relación - o el diálogo, podríamos decir - entre el sólido quehacer escénico habitual de Yllana y el texto no menos rotundo de Ionesco suponía un reto y planteaba expectativas exigentes. El resultado, por encima del riesgo e incluso de posibles objeciones más o menos puristas, es brillante. Yllana ha conseguido un espectáculo armónico en el que pueden percibirse a un tiempo los rasgos estéticos del grupo y sus concepciones teatrales, y también el vigoroso e inquietante humor de Ionesco. No ha sido precisa renuncia ninguna. Han bastado, y no es poco, las extraordinarias posibilidades teatrales de un texto excepcional, y la intuición teatral y el rigor de un grupo que confirma una vez más su calidad y su rigor en los escenarios.

Yllana se ha ceñido básicamente al texto de Ionesco, con algunas leves alteraciones - alguna de ellas más discutible -, pero lo ha mirado desde su condición de comedia, que en ocasiones pudiera perderse desde interpretaciones apriorísticas y acaso pedantes. La cantante calva es, en primer lugar, una comedia que reformula los modelos clásicos del género sin desprenderse de ellos. Y, como sucede con algunas de las grandes comedias de la historia del teatro, en la de Ionesco se trasciende la anécdota, precisamente desde el humor, para proponer implícitamente una reflexión que se vuelve inquietante e incómoda. Pero las hipótesis que, sobre el significado de La cantante calva, pudieran formularse sólo deben establecerse desde el humor corrosivo y potente con el que Ionesco aborda las situaciones dramáticas.

Así lo ha comprendido Yllana y ha presentado un espectáculo pleno de limpieza y de rigor y rico también en una comicidad sencilla y elaborada a un tiempo, ágil, sorprendente y fresca.

El espectáculo utiliza un inmenso y desproporcionado sofá rojo como único elemento escenográfico y juega teatralmente con las muy abundantes posibilidades que la dirección y actores son capaces de extraer de esta intuición inicial respecto a la concepción del espacio. Un vestuario sobrio, pero acertado y preciso, un espacio sonoro de una notable eficacia y unos muy reducidos, pero atractivos elementos de atrezzo completan la dimensión plástica y sonora de este espectáculo fluido y exacto que en nada empaña la corrosiva crítica de Ionesco, sino que, por el contrario, la propone al espectador sin prejuicios, sin orientaciones morales previas, sin pretensiones ni pedantería.

Antes, o mientras tanto, el público ha asistido a una comedia original, precisa y absolutamente inteligible, que desmiente supuestos hermetismos en el texto de Ionesco, vertida a través de un más que aceptable trabajo actoral, en el que se aprecia la huella de Yllana, y en el que domina un equilibrio entre lo farsesco y la convención de naturalidad propia de la comedia, e incluso de la alta comedia, tratada siempre desde un distancia paródica y, en el caso de los actores más acertados, con un buen
dominio técnico de sus posibilidades humorísticas.

Este pequeño prodigio debe no poco a una dirección inteligente y exacta, conocedora de las posibilidades de los actores de la compañía, de las características del escenario del Alfil y de las expectativas de un público exigente y cómplice a la vez. Pero se trata además de una dirección que ha leído con agudeza La cantante calva y la ha trasformado en un espectáculo riguroso, atractivo y ejemplar. Como se decía antes, un espectáculo de los que no conviene perderse.

 

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Eduardo Pérez – Rasilla
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