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LA MUERTE DE UN VIAJANTE
UNA TRAGEDIA PRÓXIMA
[2010-01-03 ] |
Suscita recelo una representación de La muerte de un viajante. Es un texto tan poderoso, tan emblemático, y ha sido llevado en tantas ocasiones a la escena, y también a la pantalla,... |
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LA MUERTE DE UN VIAJANTE
UNA TRAGEDIA PRÓXIMA
Juan Carlos Pérez de la Fuente ha mostrado un gusto especial en recuperar textos importantes de otras épocas. Éste hasido el caso de La muerte de un viajante (1949). Curiosamente, siendo director del Centro Dramático Nacional, volvió a montar Historiade una Escalera de Antonio Buero Vallejo, que es obra de 1949 y principio de un nuevo teatro en España.
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RESEÑA, 2001
NUM. 328, pp.32
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Suscita recelo una representación de La muerte de un viajante. Es un texto tan poderoso, tan emblemático, y ha sido llevado en tantas ocasiones a la escena, y también a la pantalla, que necesariamente el espectador se pregunta si esta versión superará lo que ya vio o lo que espera de la lectura de una de las tragedias contemporáneas que mejor definen al hombre de nuestro tiempo. Nos atrae y nos inquieta esa contemporaneidad de Willy Loman, nos disturba su condición trágica, porque la sentimos próxima, cotidiana, y, a la vez - ése es un prodigio dramatúrgico de Miller - sujeta a los cánones estrictos del género noble. Su protagonista, como quería Aristóteles, no es demasiado bueno ni demasiado malo, pero comete errores que lo conducen a su destrucción y a la de los suyos. Pero, lejos ya de la visión grandiosa e ingenua de las primeras tragedias griegas, Miller incide sobre la naturaleza histórica de la desgracia del héroe y sobre sus implicaciones sociales. La quiebra del falaz sueño capitalista, el enfrentamiento generacional como consecuencia de un conjunto de desencantos, o la destrucción del individuo como precio que ha de pagarse al progreso económico, son temas que aparecen recurrentemente en la obra dramática de Miller y que dibujan esta tragedia.
Quien afronte la puesta en escena de La muerte de un viajante debe mantener un pulso firme que permita sostener la grandeza de la tragedia sin renunciar al lenguaje dramático con el que representamos lo conocido, lo de cada día. A este problema se añade, además, el de las fracturas de la temporalidad, que se convierten en un sugestivo recurso teatral para ocultar y desvelar esas zonas oscuras de la conciencia de los personajes, pero que exigen una resolución escénica clara y expresiva.
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JOSÉ SACRISTÁN / ALBERTO MANEIRO
FOTO: CHICHO
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Pérez de la Fuente ha asumido esta responsabilidad y nos ofrece un trabajo que, si bien no ha buscado una originalidad radical o una brillantez deslumbrante, sí resulta coherente, claro y efectivo. Frente a otros montajes en los que el director ha optado por lo espectacular, aquí ha preferido el tratamiento contenido y la representación de una intimidad familiar que se ve progresivamente ahogada por la inevitable tragedia a que aboca un sistema económico deshumanizado y destructor al que desgraciadamente vamos acostumbrándonos. Ese sarcástico contraste entre la crueldad impune del sistema y las quebradizas ilusiones y miserias de un modesto proyecto familiar parece reclamar la mirada del director en este trabajo cuidado y exento de soluciones efectistas. Reaparece, eso sí, uno de los motivos recurrentes de sus puestas en escena, el ejercicio físico, realizado aquí por los dos hijos de Loman en consonancia no sólo con su condición de deportistas, sino con el carácter de símbolo del triunfo que éste llega a adquirir para la familia y para la sociedad en que se inserta.
Frente al dinamismo de los hijos, la quietud domina las relaciones entre los padres, que se apoya en una interpretación contenida e íntima de María Jesús Valdés, que busca la expresión de su mundo interior a través de los objetos próximos, de los tonos familiares, de la renuncia – también - a golpes de efecto. Las pocas veces en que estalla su indignación cobra entonces una inusitada fuerza dramática por el contraste con la imagen hogareña y pacífica que transmite a lo largo de la historia. María Jesús Valdés vuelve a demostrar su extraordinario talento actoral en un trabajo que sorprende por su limpieza y, paradójicamente, por su modestia. José Sacristán encarna a uno de los grandes personajes del teatro contemporáneo. Al actor no le faltan ni voz, ni prestancia, ni técnica, ni seguridad en la escena para abordar la interpretación de Willy Loman, pero el resultado el día del estreno fue, a mi entender, desigual. Un actor de su calidad no podía defraudar en su labor, y Sacristán impregna al personaje de su estilo propio, pero quizás pudiera esperarse una mayor versatilidad, una construcción más natural del fracasado vendedor. Sin embargo, hago estas observaciones con la cautela de quien es consciente de la complejidad que entraña la interpretación de un personaje semejante. El resto del elenco está compuesto por actores que demuestran solvencia y profesionalidad en sus intervenciones, casi siempre breves, pero efectivas y que revelan una correcta dirección.
La escenografía, firmada por Tusquets, como en otros trabajos de Pérez de la Fuente, es aparentemente sencilla y dominan en ella las líneas verticales. Sin ser tan atractiva como en espectáculos anteriores, sirve para resolver los problemas de espacio y tiempo de La muerte de un viajante. Contribuyen a su eficacia una adecuada iluminación de Juan Gómez Cornejo y la música y el diseño de sonido del que se encarga Eduardo Vasco.
Título: La muerte de un viajante.
Autor: Arthur Miller.
Versión: José López Rubio.
Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente
Escenografía: Óscar Tusquets.
Iluminación: Juan Gómez Cornejo.
Vestuario: Rafael Garrigós.
Sonido: Eduardo Vasco.
Músicos: Beatriz Deigado y Susana Cermeño.
Intérpretes: José Sacristán, María Jesús Valdés, Alberto Maneiro, José Vicente Moirón, Francesc Galcerán, Silvia Espigado.
Estreno en Madrid: Teatro La Latina, 18 – IV - 2001
JOSÉ V. MOIRÓN / Mª JESÚS VALDÉS
J. SACRISTÁN / A. MANEIRO
FOTO: CHICHO
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Eduardo Pérez – Rasilla
Copyright©pérezrasilla
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