El médico de su honra. Reseña 1989. Crítica. Imprimir
Escrito por Miguel Medina Vicario.   
Sábado, 03 de Abril de 2010 17:28

 

EL MEDICO DE SU HONRA
BUEN COMIENZO DE LA
COMPAÑÍA DE TEATRO CLÁSICO

[2008-05-07]

El médico de su honra iniciaba, bajo la mano de Adolfo Marsillach, la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Fueron muchas las críticas negativas. El crítico de Reseña Miguel Medina Vicario, hoy fallecido, supo ver más allá y le vaticinó un buen futuro.


 

RESEÑA 1989
NUM. 169 , pp. 7 - 8

EL MEDICO DE SU HONRA
BUEN COMIENZO DE LA
COMPAÑÍA DE TEATRO CLÁSICO

El médico de su honra iniciaba, bajo la mano de Adolfo Marsillach, la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Fueron muchas las críticas negativas. El crítico de Reseña Miguel Medina Vicario, hoy fallecido, supo ver más allá y le vaticinó un buen futuro.



JOSÉ LUIS PELLICENA
FOTO: ROS RIBAS

Título: El médico de su honra
Autor: Pedro Calderón
Revisión del texto: Rafael Pérez Sierra
Escenografía: Carlos Cytrynowski
Música: Tómas Marco
Actores: Angel de Andrés, Antonio Canal, Vicente Cuesta, Fidel Almansa, Marisa de Leza, Yolanda Ríos, José Luis Pellicena, Francisco Portes, Camen Gran, José Cande
Dirección: Adolfo Marsillach
Estreno en Madrid: Teatro de la Comedia (Festival de Otoño).

No será ésta la primera vez - ni invito a que nadie acaricie la ilusión de que sea la última - que un determinado "acontecimiento" teatral propicia los juicios más dispares, las críticas más contradictorias y, acaso por toda esta confusión, la perplejidad entre quienes mantienen con su paciente y tenaz asistencia la polémica industria teatral, Con este espíritu prudente y prevenido se debe contemplar la aparición de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, y su primera experiencia, El médico de su honra.

Baste recordar, para centrar convenientemente el hecho, que estamos ante un ansiado y tardío nacimiento: la constitución de una entidad que se ocupe y preocupe de salvar a nuestras glorias de las impecables encuadernaciones que las aprisionan. Lo muy esperado, sin embargo, no siempre termina siendo lo más querido, por lo mucho que la impaciencia deteriora el ánimo. Y es que, de tanto esperar pacientemente, pudiera ser que nuestros clásicos ya no lo sean en la misma brillante medida que los ingleses, franceses o alemanes. No es cuestión de talento, no, que si de eso dependiera únicamente nada habría que temer en materia de comparaciones. Se trata, simplemente, de que éstos gozaron de tratamiento científico, permanente reconocimiento y minuciosa atención. Se trata, simplemente, de que aquéllos, los nuestros, por el contrario, fueron abandonados, descuartizados y maltratados por empresas imprudentes, cómicos inexpertos y silencios administrativos. Así las cosas, es ahora, y no varios siglos atrás como debió ser, cuando nos proponemos afrontar con oficial seriedad la dificultad del verso, el desentrañamiento de lenguajes, la localización de pretéritas esencias humanas y sociales. La empresa, bien se comprende, requiere espíritus templados y estimables dosis de paciencia.


JOSÉ LUIS PELLICENA
FOTO: ROS RIBAS

El médico de su honra parece que venga a demostrar que la sabiduría dramática de Calderón fue ciertamente poliédrica, y tanto sirvió a sus reconocidos símbolos metafísicos como a la contemplación y directa narración de su época. Un Calderón más a lo Lope (si se permite el juego comparativo), más pegado a la tierra, a los aconteceres inmediatos, Este espléndido drama de honor dibuja los perfiles de un "código" incontestable donde no interesa tanto la escrupulosa constatación de los hechos como la salvaguarda de la convención social. Un marido supuestamente burlado debe "curar" su herida honra dando muerte a la mujer infiel. El rey, juez último, y supremo, acepta y consiente las razones del cualificado ejecutor. El orden establecido así lo exige para perpetuarse y Calderón, aparentemente ajeno a los acontecimientos, señala inteligentemente que en realidad la víctima no llegó a la infidelidad y que los protagonistas de esta injusticia motivada por los celos no son meros entes de ficción, sino realidades históricas: el Rey Pedro I de Castilla y su hermano bastardo Enrique de Trastámara. Son dos referencias más que suficientes para que el espectador (contemporáneo o lejano en el tiempo) arranque sus propias consideraciones sin necesidad de más datos.

La Compañía Nacional de Teatro Clásico se enfrenta al espectáculo con excelente atmósfera. Se crea una puesta en escena sobria, carente de cualquier alarde técnico, funcional. Un espacio que no carece de magia, donde los diferentes planos, los rincones escondedores, la sinuosidad deslizante de los laterales, la simplicidad y el permanente juego imaginativo de objetos, alientan la curiosidad del espectador, pero no precipitan las conclusiones que vendrán dosificadas por un ritmo medido, acomodado al desarrollo del drama. La luz, la música y el vestuario (de un anacronismo medido y sugerente, perfecto puente visual entre el siglo XVII y el nuestro, ampliador, de espacios geográficos y estéticos) terminan de conformar una admirable ordenación creativa.

Adolfo Marsillach no es profesional dado a la improvisación, al estreno precipitado, a la carencia de reflexión. Marsillach se enfrenta aquí con un texto que naturalmente debe ser revisado. Rafael Pérez Sierra, encargado de esta delicada labor, sintetiza, enmarca y acomoda sin que el espectador se percate de ello (ni siquiera allí donde aparecen unos personajes "anónimos", descontextuados, imaginados fuera del propio autor): nada mejor se puede decir de quien debe limpiar sin desvirtuar. Los actores que Marsillach dirige demuestran claramente que podemos comenzar a perder el sempiterno temor al verso. Sin afirmar que en todos ellos se encuentren la perfección ideal, lo cierto es que sus voces hacen llegar, desgranado y comprensible, el fárrago barroco; sus gestos obedecen al discurso; su homogeneidad interpretativa demuestra un trabajo riguroso, una disciplina infrecuente, un conocimiento profundo de sus personajes y del conjunto que ellos representan.

El médico de su honra, por todo ello, significa una excelente muestra de lo que puede llegar a ofrecer esta naciente compañía. Que el espectador actual se centre, comprenda y disfrute a Calderón, demuestra, mejor que nada, que el camino es el indicado, y que los encargados de recorrerlo saben bien los pasos que deben dar.

La mayor o menor coincidencia que este juicio pueda tener con el ya anunciado laberinto de enfrentamiento s teóricos, carece de mayor importancia. A disposición de todos permanece el espectáculo reseñado, y espero que el tiempo confirme esta más que respetable realidad.


MIGUEL MEDINA VICARIO
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PZ. JACINTO BENAVENTE

 

Última actualización el Sábado, 01 de Mayo de 2010 19:51