Le menteur. Crítica Imprimir
Escrito por José R. Díaz Sande.   
Jueves, 29 de Abril de 2010 09:56
LE MENTEUR (EL MENTIROSO)
de PIERRE CORNEILLE
por LA COMÉDIE - FRANCAISE

[2005-11-22]

LA FUERZA DEL TEATRO ESTÁ
EN LA PALABRA DEL BUEN ACTOR.

LE MENTEUR
(EL MENTIROSO)
de
PIERRE CORNEILLE
por

LA COMÉDIE - FRANCAISE

LA FUERZA DEL TEATRO ESTÁ
EN LA
PALABRA DEL BUEN ACTOR





FOTOS: LAURENCINE LOT

Título: Le menteur (El mentiroso)
Autor: Pierre Corneille
Escenografía y vestuario: Alain Chambon
Iluminación: Joel Hourbeigt
Música original: Etienne Perruchon
Pelucas y maquillaje: Cécile Kretschmar
Asistente de dirección: Alison Hornus
Intérpretes: Isabelle Gardien (Sabine), Bruno Raffaelli (Cliton), Denis Podalydès (Dorante), Laurent d’Olce (Philiste), Michel Bulliremos (Géronte), Elsa Lepivre (Clarece), Margot Faure (Lúcrese), Adelina Giroudon (Isabelle), Sébastien Raymond (Lycas)
Dirección: Jean-Louis Benoit
Estreno en la Comunidad de Madrid
País: Francia
Idioma: Francés (sobretítulos en español)
Durción aproximada: 2 horas y 30 minutos
Estreno en Madrid: Teatro de la Zarzuela,
21 de octubre de 2005


La Comèdie Francaise se ha presentado en el Festival de Otoño con Le menteur (El mentiroso) (1643) de Pierre Corneille (1606 – 1684). Dorante, su protagonista y el mentiroso en cuestión, responde a ese personaje – literario y real – de verborrea diarreica pero con una gran poder de imaginación y que la mentira forma parte de su propia esencia. Este recurso no aparece tanto como un intento malvado de engañar al otro, sino como una necesidad de aparecer como lo que no se es y de paso buscarse un puesto en la sociedad. Su identificación es tal con la mentira que puede llegar un momento en que él mismo no distingue dónde se encuentra su verdad y dónde su falacia. El ingenio y la simpatía de las que están dotados estos seres, los convierte en personas agradables y seductoras.

El tema y el personaje abundan en la literatura y en España ya hay un antecedente en La verdad sospechosa (1630) de Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza - 1581 (México) - 1639 (Madrid). Si se comparan las fechas, la obra de Ruiz de Alarcón (1630) es anterior a la de Corneille (1643). En las dos obras no solamente existe la coincidencia en el personaje sino en la trama. Sin ser mera copia, es muy similar, porque Corneille lo que hace es una adaptación. Esta costumbre de adaptar textos o de tomar personajes de otras obras era más que frecuente en los clásicos. Con el tema del mentiroso, Corneille y el original de Ruiz de Alarcón no se limitan exclusivamente a construir una comedia para pasar un divertido esparcimiento, que lo es, sino que, este fantasioso personaje, permite el análisis de toda una sociedad cuyos intereses, a veces mezquinos, salen a flote al relacionarse con el mentiroso en cuestión. Al final no sabemos exactamente quién es más vituperable.

Una figura en contraste es la del padre, importante en al relación y en el sentido de la verdad. Él es el que obliga al mentiroso a seguir hilvanando mentiras al intentar convertir en realidad lo que es ficción. Por un lado representa la monótona y aburrida verdad con sus prejuicios que hay que respetar y por otro matiza el concepto de la mentira. También él busca el “aparecer”, sólo que esa “apariencia” es bendecida porque se ajusta al sistema establecido por la sociedad.

Por todo esto, la comedia desemboca en una reflexión acerca de la imaginación creadora que siempre se siente constreñida por una extraña verdad.

Cuando se levanta el telón y asciende desde el foso el nuevo licenciado en derecho, Dorante – nuestro mentiroso – y a los pocos segundos vemos el clasicismo del espacio, uno teme lo peor. Da la impresión de habernos trasladado a un tipo de montaje de lo más tradicional que no casa con estos tiempos ávidos de originalidad, por la actualización de las historias, por el travestismo de vestuarios y por la sorpresa del mecanismo escenográfico. Sin embargo, a medida que avanza la trama y los actores se expresan, entran y salen, componen los personajes y trazan las líneas de relación entre unos y otros, el temor desaparece e invade una esponjosa sensación de encontrarnos ante el teatro en su esencia más pura: la palabra y el actor. Esto viene a demostrar que en teatro, como en cualquier obra de arte, no hay fórmulas fijas o trasnochadas. Todo depende del cómo se haga.

En este montaje una primera virtud es la forma de decir el texto los actores y la composición externa e interna del personaje. Se hacen totalmente creíbles y su comicidad recae en la misma inocencia con que se expresan, sin recargar las tintas o esperpentizar el personaje. Llama satisfactoriamente la atención, al principio, la primera mentira de Dorante. Su intérprete, Denis Podalydès, muestra una gran habilidad en el modo de emitir su monólogo en el que hilvana mentira tras mentira como si en ese mismo momento le vinieran a la mente y no fuera un texto aprendido. Esta tónica también invade al resto de los actores, y ello nos lleva a un goce de la verosimilitud de las situaciones y a quedarnos con los personajes y olvidar al actor que hay debajo.

Jean-Louis Benoit, el director, logra una composición espacial y movimiento de los actores que oscila entre la creación de cuadros que evocan la pintura francesa de la época – la escenografía y vestuario de Alain Chambon son clave para tales evocaciones – sin caer en el trasnochado tópico de estáticas composiciones. Son fugaces y en movimiento, pero consiguen que entremos en ese familiar mundo pictórico de cuadros francés.

El vestuario, inspirado en las pinturas francesas, entona y se marida con el propio decorado. Tal maridaje llega a identificar ciertos personajes con su habitat. Así sucede con las damas, cuyos trajes floreados, una en ocre y la otra en azul claro, son prolongación del color y dibujo que visten las paredes de su casa.

Una delicada, bella y sugerente escenografía, inspirada en la pintura de la época, logra un doble juego: por un lado la escenografía se alimenta de las creaciones de los pintores que han logrado eternizar los momentos de la vida francesa mediante una imagen estática de gran poder evocador, y por otro, el desarrollo de la trama y de las idas y venidas de los personajes dan la palabra, la acción y el movimiento a las mencionadas imágenes estáticas. Sugerente también como elemento plástico de transición y paso del tiempo, el ingenioso uso de las negras vaporosas cortinas-telón, que al cerrarse y abrirse poseen un movimiento de desplazamiento hacia atrás y hacia delante. Igualmente de gran sugerencia el constante perfil de París, al fondo en la línea más baja del horizonte sobre el ciclorama.

Este Le menteur de La Comèdie Francaise, demuestra una vez más que la fuerza del teatro – amén de un buen texto que cuente algo interesante - sigue apoyándose sobre la palabra del actor y sobre su capacidad interpretativa. También demuestra que el teatro es una labor de grupo y de trabajo del día a día. Cuando todo eso se da, vale la pena acudir al teatro.

 

Más información

           Le menteur - Información General

           Le menteur - Entrevista
           La verdad sospechosa - Crítica Teatro
 


José Ramón Díaz Sande
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