Un celosos extremeño. Crítica. Imprimir
Escrito por Eduardo Pérez Rasilla   
Miércoles, 28 de Abril de 2010 15:48
UN CELOSO EXTREMEÑO
ZASCANDIL
ADAPTA UNA NOVELA DE CERVANTES

[2005-02-21]

Cervantes ha subido al escenario no tanto con sus obras de teatro, sino mediante sus adaptaciones novelísticas. Este el caso de Un celoso extremeño.

UN CELOSO EXTREMEÑO

ZASCANDIL
ADAPTA UNA NOVELA DE CERVANTES


(Cervantes ha subido al escenario no tanto con sus obras de teatro,
sino mediante sus adaptaciones novelísticas.
Este el caso de Un celoso extremeño.)


Título: Un celoso extremeño.
Autor: Miguel de Cervantes.
Adaptación: Daniel Moreno y Rafael Ruiz.
Dirección y escenografía: Rafael Ruiz.
Intérpretes: Valentina Sarmiento, Carmen Pardo, Marcos León, José Marie Adeva.
Estreno en Madrid: Sala Galileo. Febrero 1995.

Cervantes escribió dos versiones distintas de una historia muy semejante. El motivo contaba ya con una larga tradición y combinaba elementos como el matrimonio entre el viejo y la niña, que tan fecundo sería en el teatro posterior, con una trama de celos, de engaños y de adulterio. El entremés que tituló El viejo celoso elegía un desenlace característico de la farsa en el que el viejo marido resultaba burlado. En la novela ejemplar, titulada El celoso extremeño, Cervantes optaba por una solución más piadosa, en la que el adulterio no llegaba a consumarse.

Zascandil ha escogido la versión narrativa como base para un espectáculo enmarcado en un viaje de un grupo de cómicos, quienes para entretener el tedio de la carretera leen e imaginan la historia de Cervantes. Lectura, narración e interpretación propiamente dicha se alternarán en una labor en la que los actores cambian de personaje cuantas veces sea necesario. La música —grabada y en vivo, pero siempre sugerente— marca con acierto transiciones y cambios y ambienta temporal y vitalmente la historia. El ritmo es más rápido habitualmente y los cambios de los personajes se verifican con fluidez, excepto en algunos momentos en los que se ha recurrido a un pseudodistanciamiento y el actor realiza su transformación ante los ojos del público, lo cual resulta contradictorio con las opciones estéticas escogidas.

La interpretación revela esfuerzo, voluntad y entusiasmo. Ciertamente, los cambios de identidad y el tono de farsa no permiten demasiados matices, pero no siempre se proporcionan a los personajes los contornos que serían deseables.

Zascandil cuenta ya con una interesante trayectoria teatral de la que forman parte espectáculos de carácter muy diverso. Su elección ahora del clásico por antonomasia de la narrativa española revela una cierta audacia y a la vez una importante dosis de confianza en las posibilidades del grupo. El resultado, por encima de algunos errores, pone de manifiesto su profesionalidad, su capacidad de hallar soluciones, su buen gusto y su dominio de determinados resortes. Pero no sé hasta qué punto tiene sentido que un grupo joven escoja como base para un espectáculo el texto de una novela que, dejando aparte su incuestionable calidad, poco puede aportar a la escena actual, tanto en lo que se refiere a la presencia de los problemas o de los asuntos que preocupan a nuestros contemporáneos, como en lo que atañe a la dimensión estética o formal propiamente dicha. Zascandil hace farsa clásica y la hace bien, pero ¿debe limitarse a eso la labor de un grupo teatral joven en una sala de la que cabe esperar riesgo, novedad, experimentación?

 

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Eduardo Pérez – Rasilla
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