Cara de Plata. Crítica. Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo.   
Martes, 27 de Abril de 2010 19:11
CARA DE PLATA
EL DESAFÍO DE REPRESENTAR A VALLE

[2005-01-20]

El Centro Dramático Nacional, que ahora acoge Cara de plata, ha ofrecido a lo largo de los veinticinco años que han transcurrido desde su creación Luces de bohemia, La marquesa Rosalinda...

CARA DE PLATA

EL DESAFÍO DE REPRESENTAR A VALLE

Título: Cara de plata.
Autor: Ramón María del Valle-Inclán.
Escenografía: Christoph Schübiger.
Vestuario: María Araujo.
Música: Joan Alavedra.
Iluminación: Quico Gutiérrez.
Realización del video: Álvaro Luna.
Intérpretes: Óscar Rabadán (Pedro Abuín), Miguel Zúñiga (Manuel Tovío/El Ciego de Gondar), Pablo Vázquez (Ramiro de Bealo) , Alfredo Alba (El Diácono de Lesón), Joseph Albert (Manuel Fonseca/Un indiano), Pedro G. de las Heras (Sebastián de Xogas), Jesús Alcalde (El Viejo de Cures), Martxelo Rubio (Don Mauro), Raúl Prieto (Don Rosendo), Andrés Ruiz (Don Ronzalito), Santiago S. Roldán (Don Pedrito), Eduardo Mayo (Don Farruquiño/Don Galán, criado del Caballero), Ángel Solo (Un pastor/ Un penitente), Lucia Quintana (Pichona la Bisbiera), Maite Brick (Ludovina la Ventorrillera), Carlota Gaviño (La hija Bigardona/la Coima), Elena González (La Sacristana/La maragata), Jesús Noguero (Cara de Plata), Bárbara Goenaga (Sabelita, ahijada del caballero), Chete Lera (El Caballero don Juan Manuel Montenegro), Enrique Fernández (Fuso negro, el loco), Pepo Oliva (El Abad de lantañón), Juan Codina (El Sacristán), y Susi Sánchez (Doña Jeromita, hermana del Abad).
Música interpretada por Lisboa Zentral Café (Joan Alavedra, Eduardo Altaba, Salvador Boix, Oriol Camprodón, Xavier Maureta y Jordi Vidal).
Producción: Centro Dramático Nacional.
Dirección: Ramón Simó.
Estreno en Madrid: Teatro María Guerrero, 13-I-2005.


Fotos: Javier del Real


El teatro de Valle tuvo cerrado el acceso a los escenarios mientras él vivió y aún muchos años después de su muerte. Al fin pudimos verle representado y, poco a poco, sus mejores obras fueron dadas a conocer por compañías de muy diversa condición. Los teatros universitarios e independientes lo hicieron con pocos medios y bastante dignidad y, entre las empresas privadas, hay que elogiar la encomiable labor de José Tamayo, que estrenó Divinas palabras y Luces de bohemia. También los teatros públicos le programaron.

El Centro Dramático Nacional, que ahora acoge Cara de plata, ha ofrecido a lo largo de los veinticinco años que han transcurrido desde su creación Luces de bohemia, La marquesa Rosalinda, La enamorada del rey, El retablillo de don Cristóbal, Valle X 3 (La cabeza del bautista, Ligazón y La rosa de papel), Voces de gesta, Comedias bárbaras (Cara de plata, Águila de blasón y Romance de lobos), Martes de carnaval y El yermo de las almas. El balance que cabe hacer del teatro de Valle después de pasar por las manos de numerosos directores, muchos de ellos entre los más prestigiosos del país, y de que sus personajes fueran asumidos por los mejores actores de nuestra escena, es, por una parte, que la especie que tanto predicamento tuvo de que era bueno para ser leído, pero irrepresentable, se demostró falsa y sin fundamento. Algo que ya había señalado Pérez de Ayala, crítico para el que el teatro poseía pocos secretos. De otra parte, que su representación es un reto que sólo pueden afrontar con éxito unos pocos. De ahí que los amantes del teatro del genial escritor no guardemos un grato recuerdo de cuantas puestas en escena hemos visto, sino sólo de algunas pocas. Por ello, nos parezca interesante el propósito anunciado por Gerardo Vera al hacerse cargo de la dirección del CDN de que Valle fuera la columna vertebral de su proyecto. El Teatro Olimpia, cuya apertura está próxima, llevará su nombre y está previsto que cada temporada se represente una obra suya. Esa continuidad y algún otro Valle, como el Romance de lobos que prepara Ángel Facio para el Teatro Español, deben permitirnos despejar de una vez por todas las dudas que aún suscita su teatro, pero también tomar el pulso a la profesión teatral y a su capacidad para asumir retos de cierta envergadura. No es una cuestión baladí y en esta primera oportunidad ha quedado puesta sobre el tapete.

¿Cuál es el problema del espectáculo del que nos ocupamos? Porque de problema hay que hablar cuando los comentarios de los asistentes al estreno quedaron plasmados en las críticas aparecidas en los días siguientes. Una de ellas estaba encabezada por la frase “sorprendente fiasco” y se iniciaba con la frase: “Y pese a todo, seguiremos amando a Valle”.
 


Juan Codina (El sacristán)
Empecemos por la escenografía, diseñada por Christoph Schübiger. Unas impresionantes rocas negras que ocupan casi todo el escenario reproducen unas montañas más escarpadas y desnudas que el roquedo de Lantaño que describe Valle, con sus ruínas en la cima y verdes brañas en el regazo. Está bien que el paisaje aparezca más áspero que el que se vislumbra leyendo el texto, y que los albores alegres hayan mudado en amanecer lluvioso, como se nos advierte al aparecer la tropa de chalanes protegidos por paraguas. Está bien, porque no es mal marco para la bárbara comedia que sigue. También tiene sentido que, en la superficie pulida de la peña más próxima al proscenio se proyecten, en la primera parte, hermosos y bravos caballos y, en la segunda, el bello cuerpo desnudo de una mujer joven. En esas imágenes se resumen acertadamente los principales asuntos de este retablo gallego, el de la prohibición del paso del ganado por las tierras del caballero don Juan Manuel de Montenegro, la disputa que éste y su hijo Miguel, apodado Cara de Plata, mantienen sobre la posesión de Sabelita, doncella virgen e inocente, ahijada del primero. Más enseguida se advierte que el protagonismo de la escenografía desborda todo lo imaginable. Las rotundas rocas se convierten en tres filas de gruesos cortinones pétreos que se abren y se cierran para acotar los espacios en los que se desarrolla la acción, que sólo pueden ser identificados por el atrezzo. Como los espacios son muchos, el movimiento es continuo, hasta el punto de resultar molesto. Es una escenografía tan llena de vida que se diría que actúa, distrayendo la atención del público, algo que empieza a ser frecuente en las actuales puestas en escena. Esto favorece la espectacularidad, pero perjudica lo esencial del teatro representado, que es conocer el contenido de un texto a través del trabajo de los intérpretes.

El reparto de Cara de plata es solvente. Sin embargo, sorprende que sólo unos pocos actores respondan satisfactoriamente a lo que se esperaba de ellos: Lucía Quintana, en el papel de Pichona la Bisbisera, y no siempre Pepo Oliva, en el Abad. Los demás, salvo Chete Lera, van y vienen por el escenario gesticulando y gritando el magnífico texto. Lera, muy contenido, está lejos de parecerse al hidalgo mujeriego, despótico, hospitalario y violento con el que es descrito en la acotación que anuncia su entrada en escena. Al contrario, tiene un aire de señor feudal amable y un atractivo que no se corresponde con el talante que muestra a lo largo de toda la trilogía. Una escena esencial como la que inaugura la tercera parte, en la que Sabelita cede al acoso de Montenegro, pasa sin pena, ni gloria. Que otras escenas, entre ellas la de la partida de naipes, sean más convincentes, apenas reducen el desencanto. ¿Se ha entendido a Valle? Ramón Simó, el director, hizo, en vísperas del estreno, unas declaraciones que, tal vez, arrojen alguna luz sobre lo sucedido. Decía que le gusta leer las obras clásicas como si no conociera el texto, ni al autor, para así ofrecer una mirada más teatral que filológica o literaria. Es posible que la receta no sea aplicable al teatro de Valle-Inclán.


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Jerónimo López Mozo
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