Quando l'uomo principale è una donna. Imprimir
Escrito por José R. Díaz Sande.   
Miércoles, 14 de Abril de 2010 14:06
QUANDO L’UOMO PRINCIPALE È UNA DONNA
(CUANDO EL HOMBRE PRINCIPAL ES UNA MUJER) (DANZA)
¿MADRE TIERRA O ELIMINACIÓN DEL MACHO?

[2004-11-09]

Vuelve de nuevo Jan Fabre (Amberes, 1958) con un solo y también de mujer...

 

XXI FESTIVAL DE OTOÑO DE MADRID
2004


QUANDO L’UOMO PRINCIPALE È UNA DONNA
(CUANDO EL HOMBRE PRINCIPAL ES UNA MUJER)
(DANZA)


¿MADRE TIERRA O ELIMINACIÓN DEL MACHO?

Título: Quando l’uomo principale è una donna
(Cuando el hombre principal es una mujer).

Ayudante y dramaturgia: Mist Martens.
Coreografía: Jan Fabre / Lisbeth Gruwez.
Escenografía: Jan Fabre.
Iluminación: Jan Fabre / Pieter Troch.
Vestuario: Daphne Kitschen.
Música original: Maarten Van Cauwenberghe.
Música adicional: Nel Blu Dipinto di Blu (Domenico Modugno).
Coordinación técnica: Geert Vanderauwera / Pieter Troch.
Compañía: Jan Fabre / Troubleyn.
Dirección: Jan Fabre.
País: Bélgica.
Duración aproximada: 55 minutos (sin intermedio).
Estreno en Madrid: Sala cuarta Pared, 19 – X - 04.

Vuelve de nuevo Jan Fabre (Amberes, 1958) con un solo y también de mujer. El año anterior (en el Festival) lo había hecho con otro solo, My movements are alone like Streetdogs (Mis movimientos están solos como perros calejeros), adobado de ciertos tonos revulsivos: perros colgados y mantequilla eran sus ingredientes fundamentales. En esta ocasión también hay colgajos y sustancia viscosa, sólo que menos desagradables: botellas de aceite de oliva virgen (boca abajo) cuelgan uniformemente y después está el propio aceite, que inundará todo el suelo. También en común una única bailarina, esta vez Lisbeth Gruwez, a la que pienso se le debe más del 50% de la coreografía, porque termina siendo una danza muy personal, en la que la misma configuración de su cuerpo es protagonista. Magistral la desnuda composición corporal sobre el suelo evocando un ave o un animal capaz de volar, o ángel asexuado como lo define el programa de mano.

Hendrik Tratsaert, comenta, en el mencionado programa, que para Fabre “la obra es un rito de preparación para el máximo salto, que nos devuelve al matriarcado”.

Desde el comienzo, el humor capta al espectador. Un humor emanado de la interpretación nada forzada de Lisbeth Gruwez. Partimos de los andares y sobeo de la entrepierna muy propia de los hombres, haciendo sonar los atributos masculinos, una vez que son bolas chinas. Las tales bolas poseen un alto grado de protagonismo y significación. Las acaricia, las sopesa, las posiciona bien, las lanza al aire malabarísticamente . Son bolas masculinas, pero también podrían ser las placenteras bolas que calman el furor uterino. La ridiculización del hombre es patente.

Pero todo ha comenzado antes con la preparación de un Martini que a pesar del agitado ritmo de la coctelera, “no está en su punto” y necesita del reposo. (No está en su punto porque lo ha preparado un hombre). Al final sabremos que necesita algo más y que por ahora le podemos llamar el “toque femenino”.

Desde el principio, también, las ordenadas hileras de botellas que penden del techo, gotean el aceite a medida que la bailarina las libera del tapón. Sólo al final, más liberadas, el aceite adquiere la velocidad de la cascada para crear una amplia y viscosa balsa sobre el suelo.

En las tales botellas con su contenido oleico, se pueden ver muchos significados, que proceden de las aplicaciones que el tal líquido dorado y espeso posee: desde la medicina a lo religioso, así como también al rito de fecundidad y en tal caso las botellas (22 en total) vendrían a ser penes generadores de vida al verter su contenido sobre el cuerpo desnudo. Y del aceite nos vamos al olivo – casi al final se coronará con una diadema hecha de ramas de olivo – y de ahí a la aceituna que será el “toque femenino”, pues solamente después de todo el proceso, sacará de su entrepierna una aceituna y la dejará caer sobre el Martini. Beberá y exclamará: “está en su punto”. De aquel primigenio hombre ya no queda nada.

Se trata, pues, de un camino o mejor de un vuelo – ya desde el comienzo hay movimientos que extienden los brazos como si fuera a despegar o el pequeño animal que quiere ponerse en pie - del personaje dominado por su opresora identidad masculina: ridiculización de lo masculino y traje de chaqueta negro con ausencia de pechos gracias al aplastamiento de una adherente cinta negra. La tarea consistirá en eliminar la masculinización. No solamente porque se va desprendiendo de las ropas sino porque su cuerpo desnudo va recuperando las formas femeninas – el resbalar del cuerpo sobre el suelo aceitoso componiendo variadas formas que sugieren el feto, el desprenderse de la placenta, o en su inicio la lluvia oleica símil de la mitológica lluvia dorada que fertiliza - y terminar con esa sugerente imagen voladora que he mencionado al principio.

Mezcla de danza y monólogo dirigido hacia el público que muestra una buena capacidad interpretativa en Lisbeth. Las partes de danza, la mayoría, es un danza fuerte, casi agresiva que entra en un delirio espectacular en los desplazamientos sobre el viscoso suelo debido a la inundación del aceite. Toda la última parte es de lo más atrayente por la precisión de los mencionados desplazamientos y por la composición de las figuras corporales de gran precisión, sugerencia y belleza. La viscosa sala termina por ser un gigantesco útero en el que el nuevo ser nada en la novedosa placenta. A ello ayuda la música y un guión coreográfico muy bien ajustado y pensado, así como una calidad interpretativa – tanto oral como de danza – de alto nivel.

Tema aparte es lo que nos quiere decir con todo este fascinante despliegue mediante la tal metamorfosis. Es una idea no nueva en casi todas las culturas: la madre tierra como generadora de vida y elevada a la categoría de diosa, pero visto el tratamiento de ridiculización del ser masculino – se le presenta burlescamente con los ticks de macho – da la sensación de que posee algo de reivindicación del valor de lo femenino como antitético al hombre y por lo tanto la sustitución de uno por otro. Solamente queda la duda de que si esa especie de ser asexuado del final, quiera indicar un discurso humano de entendimiento más allá de la diferencia de sexos o simplemente es una suplantación de uno por otro.

De todo el espectáculo con lo que en realidad nos quedamos fascinados es con Lisbeth Gruwez tanto por su interpretación como actriz, que derrocha simpatía, como por su habilidad en el dominio expresivo de su cuerpo. A ello hay que añadir el tiempo de duración que está muy bien pautado, sin que experimentemos en ningún momento una caída de ritmo.

 

 


José Ramón Díaz Sande
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Última actualización el Domingo, 09 de Mayo de 2010 19:59