Un bar bajo la arena. E. Caballero. CDN Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Lunes, 08 de Octubre de 2018 07:09

UN BAR BAJO LA ARENA
HISTORIAS DEL MARIGUERRI 

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   FOTO: Marcos G Punto

A principios de los años setenta del pasado siglo se inauguró, en los bajos del María Guerrero, cuando lo dirigía José Luis Alonso Mañés, una cafetería destinada a que, como en cualquier otro teatro, el público pudiera tomar algo a la entrada o a la salida del espectáculo o durante los entreactos. Tres décadas después, en el último año de la centuria, echó el cierre, en principio temporal, cuando un conato de incendio en la cocina sacó a la luz ciertas deficiencias que debían ser subsanadas. No hubo tiempo. Una plaga de termitas obligo a cerrar el teatro durante algo más de tres años y, tras su reapertura, Juan Carlos Pérez de la Fuente, a la sazón director del Centro Dramático Nacional, decidió crear en aquel espacio una segunda sala, la de la Princesa, con el objeto de acoger espectáculos de pequeño formato. El último, el que ahora se representa, titulado Un bar bajo la arena, nos devuelve a aquella primera etapa, en la que, si como negocio vivió altibajos, acabó siendo un lugar de referencia en el mundo de la farándula, como lo eran desde tiempo inmemorial el cercano Gijón o el Dorín y, con menos solera, el Oliver de Marsillach y el Bocaccio madrileño. En efecto, a la clientela habitual se fueron sumando los técnicos del teatro y los actores que actuaban en él y, luego, los que andaban a la caza de un papel y los que no querían que los demás se olvidaran de ellos. Así, llegó a ser lonja de contratación y mentidero en el que se daban cita las gentes de la profesión. A veces, para sorpresa de la parroquia, sucedía que los cómicos se pasaban por la catacumba con sus trajes de faena, que, en ellos, es la vestimenta del personaje que están representando.

Por encargo del actual director del CDN, Ernesto Caballero, José Ramón Fernández ha elaborado, a partir del abundante material reunido y de sus recuerdos personales, un texto que recoge buen número de las historias que sucedieron en aquel lugar, que acabó siendo popularmente conocido como el Mariguerri. Por el desfilan sus protagonistas, algunos figuras tan relevantes de la escena española como Aurora Redondo, Berta Riaza, Nuria Espert, Adolfo Marsillach, Manuel de Blas y María Asquerino; los hermanos gemelos Waslaw y Leslaw Janicki, intérpretes de los tíos Karol y Olek, de Wielopole-Wielopole; directores como Luis Escobar, el malogrado Víctor García y Lluis Pascual; algún que otro dramaturgo, como Benet i Jornet y Buero Vallejo; del mundo del periodismo cultural, Rosana Torres; y, claro, los técnicos del teatro, todos los camareros del local resumidos en uno llamado Blas y, en representación del público, José Manuel, el espectador fiel que lo ha visto todo y guarda los programas como oro en paño. A ellos se suma una legión de personajes de ficción: Doña Rosita la soltera; el Lopajín de El jardín de los cerezos;  Fuso Negro; Hamlet y su madre Gertrudis; Buster Keaton; el general Mannon de A Electra le sienta bien el luto;  los hermanos gemelos Max Estrella y su perro guardián Latino de Hispalis; el Goya con el sombrero candelabro que lucía en El sueño de la razón; el Andrés de Ninette y un señor de Murcia; Práxedes, la incontinente verbal de Eloísa está debajo de un almendroEn total, cerca de medio centenar cuyos papeles son asumidos, a más de tres por cabeza, por Jorge Basanta, Isabel Dimas, Luis Flor, Carmen Gutiérrez, Ione Irazábal, Daniel Moreno, Julián Ortega, Francisco Pacheco, Raquel Salamanca, Juan Carlos Talavera, Janfri Topera, Maribel Vitar y Pepe Viyuela.

Los actores entran y salen del escenario, en el que Mónica Boromello ha recreado con fidelidad absoluta la barra de la desaparecida cafetería, para, metidos en la piel de los personajes, representar las historias que configuran el espectáculo. El hecho de que la nómina de personajes incluya a los de carne y hueso que por allí pasaron y a los de ficción que alguna vez atraparon la atención del público en la sala principal esquiva el riesgo de que todo quede en un simple y curioso documento teatral. Laten otras sensaciones provocadas por la convivencia de unas criaturas hijas del ingenio de unos creadores que necesitan hablar del mundo al que pertenecen y de los artistas encargados de prestarles su voz sobre los escenarios. Y ahí se ve como, entre aquellas, las hay condenadas a ser personajes sin grandeza o simples secundarios y otras que han alcanzado la condición de míticas y, entre estos, como su aspiración a ejercer tan noble oficio es, con frecuencia, causa de sinsabores que acaba haciendo de ellos seres frágiles. Esa realidad es mostrada con más humor que dramatismo por José Ramón Fernández, aunque no falten momentos de emoción contenida. Valgan tres ejemplos: el encuentro imaginario del propio autor con un José María Benet i Jornet, el querido Papitu, sumido en el silencio y condenado a vivir sin recuerdos; el relato que Fuso Negro hace del suicidio de Antonio Llopis; considerado por Rosana Torres el último maldito del teatro español contemporáneo; y, en fin, el relato de la huelga de actores de 1975 y del encarcelamiento de Yolanda Monreal, Tina Sainz, Antonio Malonda y José Carlos Plaza. Por todo ello, la propuesta desborda el propósito inicial de contar la historia de un local para devenir en un homenaje al teatro.

La puesta en escena de Ernesto Caballero logra ensamblar las breves escenas sin que se perciban fisuras, consiguiendo crear un ambiente ora realista, ora onírico, en el que conviven y hasta se funden y confunden con sorprendente naturalidad cómicos y personajes. Una muestra de ello se produce cuando se escucha al general Mannon hablar del tiempo en el que Andrés Mejuto, su intérprete, actuaba en La Barraca de García Lorca. Me ha llamado la atención que, a pesar de que Ernesto Caballero había manifestado que no buscaba en el trabajo con los actores un realismo descriptivo que permitiera reconocer a los personajes reales, ese hecho se produce en no pocos casos. Entre los más logrados, Papitu, María Asquerino, Marsillach y Buero, éste en un breve, pausado y silencioso paso por el local. Ignoro si responde o no a un cambio de criterio producido durante el proceso de puesta en pie del espectáculo o si la afirmación del director solo advertía de que esa identificación no se produciría recurriendo a la caracterización física de los actores. En todo caso, visto el resultado, ha sido un acierto. En este ejercicio de evocación de hechos todavía recientes resulta conmovedor, sobre todo para quienes tratamos o conocimos a sus protagonistas, reconocerlos en los gestos y la voz de sus intérpretes.

Esta consideración me lleva a pensar que hay dos públicos para este espectáculo de la memoria: el que fue protagonista o testigo de lo que en él se cuenta y el que, por su edad, desconoce o tiene una vaga idea de que, en los bajos del María Guerrero, existió durante tres décadas la cafetería en la que transcurre la acción. Pertenezco al primero, que es el de los nostálgicos, y, dentro de él, al de los que lo frecuentaban de cuando en cuando, que solía ser siempre que asistía a algún espectáculo o me citaba con colegas para hablar, cómo no, de teatro. No me atrevo a especular sobre como acogen la representación los más jóvenes, pero atendiendo a lo que percibí el día de mi asistencia, las muestras de interés eran evidentes. Para la mayoría, aquella rememoración del pasado les hablaba de asuntos que no les son ajenos. Para los espectadores veteranos, recordar siempre es un sano entretenimiento y para los que además escribieron alguna página de la historia del Mariguerri, saberse recordados, motivo de satisfacción. Tal vez haya quienes se han sentido decepcionados por no figurar en la nómina de personajes. No culpen de ello al autor del texto. El que se representa supone la mitad del que escribió en una primera versión. No cabía todo en un espectáculo que ronda las dos horas, pero sí en la edición que prepara el CDN, lo que significa que en ella se conservarán los nombres eliminados por causa de fuerza mayor.

Título: Un bar bajo la arena
Texto: José Ramón Fernández
Escenografía: Monica Boromello
Iluminación: Tomás Muñoz
Vestuario: Juan Sebastián Domínguez
Música y espacio sonoro: Luis Miguel Cobo
Ayudante de dirección: Nanda Abella
Ayudante de escenografía: Laura Ordás
Ayudante de Iluminación: Cristina Martín
Ayudante de vestuario: Paula Castellano
Diseño cartel: Javier Jaén
Fotos: marcosGpunto
Producción: Centro Dramático Nacional
Intérpretes (en orden alfabético): Jorge Basanta (Leslaw, Hamlet, Lopajin, Víctor, JR, Ramón) Isabel Dimas (Cantante, Sgricia, Doña Rosita) Luis Flor )Ayudante, Corista 2, Figurante 2, Estudiante 2, Alonso, Crotone), Carmen Gutiérrez (Filomena, LLiuba, Rosana), Ione Irazábal (Rosa, Gertrudis, María, Actriz 2), Daniel Moreno ( Pepe, Waclaw, Estudiante 3), Julián Ortega (Fuso Negro, Guillaume), Francisco Pacheco (Pastor Bobo, Corista 1, Figurante 1), Raquel Salamanca (Muchacha, Leticia, Corista 3, Figurante 3, Estudiante 1), Juan Carlos Talavera (Paco, Latino, Señor de Murcia, Acomodador, Friolera, General Manon), Janfri Topera (Blas, Goya) Maribel Vitar (Técnica, Varia, Práxedes, Actriz 1), Pepe Viyuela (José María, Buster Keaton, Max, Primo.
Dirección: Ernesto Caballero
Estreno en Madrid: Teatro María Guerrero (Sala Princesa), 28 - IX - 2018

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JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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Centro Dramático Nacional
Director: Ernesto Caballero
Teatro María Guerrero
Sala princesa
Director: Gerardo Vera
C/ Tamayo y Baus, 4
28004 – Madrid
Metro: Colón, Banco de España, Chueca.
Bus: 5,14,27,37,45,52,150
RENFE: Recoletos
Parking: Marqués de la Ensenada,
Pz de Colón, Pza del Rey.
Tf. :91 310 29 49 

 

Última actualización el Lunes, 08 de Octubre de 2018 07:52