André Dorine / Solitudes. Crítica Imprimir
Escrito por José R. Díaz Sande   
Lunes, 23 de Octubre de 2017 13:59

SOLITUDES
MIRAR POR LOS OTROS

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   FOTO: www.madridteatro.net

Kulunka Teatro, que tanto nos fascinó con su primer espectáculo de máscaras André y Dorine (CLIKEAR), vuelve al Teatro Fernán Gómez para cumplir con un público que, a pesar de tener en cartel André y Dorine dos temporadas, no pudo asistir por aquello de "Agotadas las localidades para la función de…" En esta ocasión pasa a la Sala Guirau, la sala grande, y trae consigo los dos espectáculos de máscaras: Ándré y Dorine, y Solitudes. Cuando un espectáculo ha triunfado y ha aportado grandes hallazgos, ante el segundo, como es Solitudes, se acude a él con cierta expectativa y a la vez con interrogantes: "¿Llegará al mismo nivel?" "¿Será una simple secuela?"…Desde ya, se puede afirmar que el espectador no queda defraudado, y se vuelve a sorprender por el interés de la historia, su delicadeza, su poesía y su humor.

Si en André y Dorine, el tema central era el alzeimer, en Solitudes el centro es la soledad, personificada en un anciano viudo con hijo y nieta incluidos,  una impertinente mosca, un "pizzero" y una china portadores de comida a domicilio.  Esto en el interior de la casa. En el exterior por el malecón pululan transeuntes: un mendigo, un inconsciente adolescente que no le hace ascos a la nieta, un chulo con sus dos pupilas, y un perro al que hay que sacar para darle el consabido paseo de salud. Toda esta pléyade de personajes cobran vida con sólo tres actores y sus expresivas máscaras. Protagonistas y "leiv motiv" son un mazo de cartas con su consabido tapete de fieltro verde, que desencadena la tragedia y la comedia de esta emotiva historia: la soledad de los ancianos y la incomprensión de quienes, más jóvenes, les atienden y les rodean. Dos ritmos de vida que no encuentran fácilmente el mismo compás y las mismas ilusiones.

Se podría contar la historia, pero por miedo a destriparla, mejor quedémonos con los ingredientes expuestos más arriba. Sí se puede adelantar que es un acertado análisis no sólo de la soledad, sino de dos tristezas: la del que no es comprendido, y la de los que no lo han comprendido, cuando caen en la cuenta de su insensibilidad ante lo que está ocurriendo. Se podría decir que es una llamada de atención ante el inevitable descenso de la vida del ser humano. En este recorrido cotidiano se entremezclan pacíficamente y sin estridencias  la comedia, la tragedia vistas bajo el prisma de un fino humor.

Lo más sorprendente, como sucedía en André y Dorine, son la creación de los personajes mediante las máscaras y la expresión corporal de los actores. Vuelve a llamar la atención cómo una máscara de rasgos estáticos, siempre con el mismo gesto, pero con un diseño reflejo de sus características personales y psicológicas, es capaz de crear en el espectador la ilusión de multitud de sentimientos y estados anímicos del personaje, hasta el punto de que parece que esos rasgos estáticos fuesen cambiando interpretativamente. Esa primera labor del diseño caractereológico, así como su construcción, se  debe a la habilidad de Garbiñe Insausti, también intérprete en la función. La vida emocional insuflada en la máscara, además del acertado diseño del rostro, se debe también al movimiento corporal de los actores, del que, imagino, es responsable el director Iñaki Rikarte en comandita con los propios actores. Son movimientos de trazado muy limpio, sin equívocos ni estereotipos. Tal combinación de máscara y expresión corporal, en el fondo, es la esencia de la creación de un personaje teatral, en donde el cuerpo es fundamental, ya que el rostro queda desdibujado para el espectador del paraíso. En este sentido están muy bien delineados el modo de moverse y los ritmos de  cada uno de ellos.

En la construcción total de los personajes es de gran eficacia el vestuario creado por  Ikerne Giménez, también responsable de la escenografía. Ha sabido escoger los diseños de cada uno de ellos, de tal forma que, en instantes, captamos sus psicologías. La escenografía, el interior de la casa y el exterior que nos sitúa en un malecón que baña el mar, sigue el estilo de André y Dorine, tanto en su colorido como en su ambientación. Ambos espacios corren paralelos a la batería del teatro. Tiene su sentido ya que es importante para el final, que no quiero desvelar. En ese final descubrimos que, además de la anécdota que nos cuenta acerca de la soledad, hay una doble tierna historia de amor, ambas llenas de realismo y poesía a la vez.

Otro de los valores es la economía del "atrezzo" que terminan por ser personajes más: el reloj  medidor del tiempo y de la vida, la baraja de cartas, los licores… Cada uno tiene su sentido y su función dentro de la historia. Un último personaje es el imaginado perro, cuya intervención es necesaria.

La iluminación de Carlos Samaniego, tanto en el ambiente como en la resolución de las transiciones y oscuros contribuyen eficazmente a la narración. Igualmente sucede con la música original y diseño de sonido de Luismi Cobo, que es fundamental y termina por ser otro personaje más maridado con la emoic´ñon del conjunto.

Los tiempos están muy bien calculados sin que decaiga el ritmo en ningún momento, sobre todo teniendo en cuenta que todos los personajes recaen sobre los tres actores, lo cual supone cambio rápido de vestuario y de traslación. Nota peculiar de este batiburrillo de transformismo, es, a veces, la necesidad de que el mismo personaje sea interpretado, a lo largo de la función, por actores distintos. El valor de este desdoblamiento está en que no se nota tal trueque, y no sólo porque se use el mismo vestuario, sino por la similitud de los movimientos e interpretación.

Destacar escenas como "sobresaliente" no es posible, porque toda la función está plagada de ellos, y se puede calificar de "matrícula de honor". Manteniendo esta advertencia, sí llama la atención: el juego de cartas  con su mujer; la onírica evocación de mismo juego con su mujer con el recurso que casi parece una transición de encadenado cinematográfico; el equívoco juego erótico y de cartas con la prostituta que produce una gran ternura humorística; el deterioro psíquico y físico del anciano de un realismo impactante…y tantas otras.

Solitudes es un espectáculo que se sigue sin parpadear, con una sonrisa emotiva y, en algún  momento, un nudo en la garganta. Es una reflexión sobre nuestros comportamientos y una llamada de atención hacia los otros. En concreto hacia el mundo de nuestros mayores.

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  FOTO: DAVID RUIZ

Título: Solitudes
Música original y diseño de sonido: Luismi Cobo
Diseño y construcción de máscaras: Garbiñe Insausti
Diseño de escenografía y vestuario: Ikerne Giménez
Ayudante de escenografía: Almudena Martín
Iluminación: Carlos Samaniego
Producción: Kulunka Teatro
Prensa: María Díaz
Distribución: Proversus
Fotos: David Ruiz
Cartel: Dani Castillo
Ayudante de dirección: Rolando San Martín
Intérpretes: José Dault,  Garbiñe Insausti, Edu Cárcamo
Dirección: Iñaki Rikarte
Duración: 1 hora 30 minutos
Estreno en Madrid: Teatro Fernán Gómez (Sala Guirau), 13 - X -2017

Más información
     André  Dorine / Solitudes. Kulunka Teatro

José Ramón Díaz Sande
Copyright©diazsande

 

 

 

 

 

 

TEATRO FERNÁN GÓMEZ
Sala Guirau
Pz/ de Colón, s/n
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Metro: Colón, Serrano
Bus: 5/14/27/45/21/53/150/1/9/19/51/74
RENFE: cercanías. 

 

 

 

 

Última actualización el Lunes, 23 de Octubre de 2017 17:47