La rosa tatuada. T. Williams. Critica Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Viernes, 27 de Mayo de 2016 14:39

LA ROSA TATUADA
BAJO EL LUTO, LA VIDA

  1.LA ROSA TAUADA. B copia 
  AITANA SÁNCHEZ-GIJON / ROBERTO ENRÍQUEZ
FOTO: DAVID RUANO 

Las obras de Tennessee Williams son calderas en ebullición a las que son arrojados seres atormentados por pasiones insatisfechas o que no encuentran su sitio en una sociedad en la que no se reconocen, porque su cultura de origen es otra. A ella van a parar personas débiles y desorientadas e individuos que conocieron la felicidad y la pasión de vivir, a los que, en algún momento de sus vidas, sucedió algo que cambió su suerte y se vieron condenados a la soledad, la desesperación, la violencia o la locura. Hay quienes sufren la hostilidad de los demás e incluso la suya propia. Muchos están inmersos en luchas interiores que les superan y les devoran. De vez en cuando, entre tanto perdedor, hallamos a alguien que se rebela y busca una tabla de salvación que no siempre encuentra. O a seres sin un pasado amargo y la inocencia intacta a quienes el azar ha arrastrado hasta allí. Los reconocemos por sus miradas todavía limpias y porque hablan con ilusión de construirse un futuro. A ellos se le asigna la tarea de tender sus manos a los demás, aunque la desconfianza de estos acabe rechazándolas.

A esa galería de personajes pertenecen los de La rosa tatuada. El destino del matrimonio formado por Rosario Delle Rose y Serafina, ambos de origen siciliano, estaba aparentemente escrito desde el momento en que se instaló en el sur de Estados Unidos. Él había conseguido ser dueño de un camión y se dedicaba al transporte de plátanos, amén de aprovechar los viajes para llevar, entre la carga, mercancía de contrabando. Ella ejercía su oficio de modista y aguardaba ansiosa cada regreso del esposo, un idolatrado macho poderoso, para llevarle a la alcoba y dar rienda suelta a una pasión sin límites. Una hija, Rosa, es fruto de esa relación intensa y otro hijo que está en camino promete ser el segundo eslabón de una familia llamada a ser numerosa. Todo se trunca con la muerte violenta del esposo, víctima de un disparo durante uno de sus rutinarios viajes. Tras el trágico suceso, la casa se convierte, por voluntad de Serafina, en una jaula que alguna semejanza tiene con la cárcel creada por Bernarda Alba. La condena que recae sobre Rosa no es muy diferente a la que sufren las hijas de Bernarda. Si lo es, en cambio, la condición de ambas viudas. La de la pieza de Lorca es una anciana sin más perspectivas que la de seguir envejeciendo. Aquí, la viuda es joven y eso la convierte en la principal víctima de su decisión. El dolor de la pérdida provoca el aborto del hijo que espera, se aísla del mundo que la rodea y el recuerdo del ausente invade la casa entera, devenida en templo dedicado al culto del hombre de la rosa tatuada, cuyas cenizas comparten altar con una imagen religiosa. Ni siquiera el descubrimiento de la infidelidad de su esposo consigue rebajar su devoción. Al contrario, tras cerrar los ojos a una realidad que todos conocen, la acrecienta y adquiere tintes enfermizos. Si la pérdida del esposo idolatrado es la causa primera que la ha conducido a someterse a un voluntario voto de castidad, pues no hay en la faz de la tierra nadie capaz de sustituirle, es la desconfianza sobre la fidelidad de los hombres la que sustenta y reafirma su renuncia. Y es esa segunda razón la que, so pretexto de protegerla,  la mueve a  exigir a  su propia hija que comparta su encierro. La vía de escape a ese destino, la busca la joven con indisimulada ansia en el marinero Jack, al que ha conocido en un baile celebrado durante una fiesta en su instituto. Otro camionero, también dedicado al transporte de fruta y de notable parecido con Rosario, es el espejismo  que permite a Serafina soñar un reencuentro imposible, que aviva un deseo nunca apagado.

Carme Portaceli ha hecho una buena lectura del texto, subrayando lo que en su comienzo y en algún otro momento hay de comedia rica en acciones de bullanguero dinamismo, las cuales retratan el ambiente de la emigración del sur de Europa en el estado norteamericano de Lousiana. Cuando cesa el alboroto, conduce con pulso firme hasta situarla en el territorio del drama, luminoso a veces y, otras, al borde de la tragedia, esa historia de pasiones reprimidas. El único reparo a su puesta en escena tiene que ver con la escenografía. La solución propuesta por su autora, Anna Alcubierre, para definir los espacios en que transcurre la acción, siendo ingeniosa, se nos antoja complicada y hasta cierto punto innecesaria. Es buena la idea de la casa desplegable cuya fachada principal, alzada en el proscenio, oculta el interior de la vivienda de Serafina, sirve de pantalla para las proyecciones y acota los espacios abiertos en los que se sitúan las escenas de calle. Sin embargo, la operación de abatirla sobre la platea, ocupando parte de ella, es aparatosa. En cuanto al interior, recrea perfectamente el ambiente que envuelve a las dos mujeres que habitan en él.  

Portaceli ha reunido un excelente elenco que encabeza una Aitana Sánchez-Gijón en la cima de su carrera. Su presencia en escena es tan poderosa que eclipsa el trabajo de las demás actrices, salvo el de Alba Flores, quien asume el papel de Rosa. Su Serafina es de una belleza turbadora herida por una pasión contenida, una mujer que recurre a la provocación para disimular su debilidad y como método de defensa, un animal enjaulado que se resiste a salir de su encierro aun cuando alguien le abra la puerta. Alba Flores tiene la fortuna de haber dado con uno de esos personajes que vienen como anillo al dedo a los actores jóvenes dispuestos a dar muestras de su talento. No le falta a esta actriz, que ha aprovechado con creces esta oportunidad. Los principales personajes masculinos recaen en Roberto Enríquez e Ignacio Jiménez. El primero es Angelo Mangiacavallo, el camionero que por su parecido físico con Rosario, quiebra la coraza en la que se ha encerrado Serafina. En su largo duelo interpretativo con Aitana Sánchez-Gijón, convence, tanto la ruda ternura con que afronta el primer encuentro, prologada cuando pone todo su empeño en seducirla, como el estallido pasional que se produce cuando ella le acepta. Ignacio Jiménez es el marinero Jack Hunter, el joven discreto llamado a rescatar a Rosa de su encierro.  El retrato que ofrece de su personaje es perfecto

  7.LA ROSA TATUADA. B copia 
  IGNACIO JIMÉNEZ / ALBA FLORES
FOTO: DAVID RUANO 

Título:La Rosa Tatuada
Autor:Tennessee Williams
Traducción:Vicente Molina Foix
Versión:Gabriela Flores / Carme Portaceli
Escenografía:Anna Alcubierre
Iluminación:Pedro Yagüe
Vestuario:Antonio Belart
Música y espacio sonoro:Jordi Collet
Vídeo:Eugenio Szwarcer
Ayudante de vídeo:Paula Bosch
Diseño cartel:Isidro Ferrer
Fotos:David Ruano
Producción:Centro Dramático Nacional
Ayudante de dirección:Judith Pujol
Intérpretes (por orden alfabético):Jordi Collet (Padre de Leo),  Roberto Enríquez (Álvaro Mangiacavallo), David Fernández “Fabu” (Doctor / vendedor / Bessie),  Gabriela Flores (Assunta / Estelle Hohengarten / Mss.York),  Alba Flores (Rosa Delle Rose),  Ignacio Jiménez (Jack Hunter),  Aitana Sánchez-Gijón (Serafina Delle Rose),  Paloma Tabasco (Violetta / Flora),  Ana Vélez (Giuseppina)
Actores vídeo:Simón García Prieto (Niño 1),  Claudia Portaceli Delgado (Niño 2),  Martina Portaceli Delgado (Niño 3),  María Ávila Sánchez (Niño 4)
Dirección:Carme Portaceli
Duración:1 hora 45 min.
Estreno en Madrid:Teatro María Guerrero (Sala Principal, CDN), 29- IV - 2016

 


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
Copyright©lópezmozo

 


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Última actualización el Viernes, 27 de Mayo de 2016 15:01