Los Gondra.(una historia vasca) Critica Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Miércoles, 25 de Enero de 2017 22:38

LOS GONDRA (UNA HISTORIA VASCA)
LA FAMILIA DEL AUTOR Y OTRAS FAMILIAS VASCAS

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   FOTO: marcosGpunto

Hubo de pasar bastante tiempo para que el tema del terrorismo en el País Vasco fuera abordado en el teatro español. Había motivos para que así fuera. Ignacio Amestoy rompió el fuego en 1991 cuando, habiéndose propuesto escribir una pieza teatral sobre Ignacio Ellacuría, el jesuita vasco asesinado en El Salvador, acabó haciéndolo sobre Patxi Bisquert, quien antes de convertirse en actor cinematográfico, había pertenecido, primero, a ETA político-militar,  lo que le acarreó tres años de cárcel, y, luego, a Euskadiko Ezquerra. La figura de este nieto de un ferroviario que se había enrolado en las filas anarquistas durante la Guerra Civil, tuvo la fuerza suficiente para convertirse en protagonista de Betizu. El toro rojo, título que finalmente tendría la obra. La trayectoria vital de Patxi Busquert sirvió de pretexto a Amestoy para indagar en las raíces de un conflicto cuyo final parecía lejano. Habría de pasar una década para que otro dramaturgo se interesara por la cuestión vasca. En efecto, en 2002, Luis Maluenda dio a conocer Eusk y, en años sucesivos, Zulo-En y Regreso(Itzultze). Hay que señalar, sin embargo, queno lo hizo con su nombre, sino bajo seudónimo, no porque fuera habitual en él, sino por temor a ser objeto de represalias por parte de aquellas personas de su entorno en las que se había inspirado para crear sus personajes de ficción. Es de destacar que, sin superar el miedo, pudo más la necesidad de hablar de un asunto del cual, en la España que inauguraba un nuevo siglo, seguía siendo tabú, sobre todo cuando la acción se sitúa en las entrañas de las familias vascas. En Regreso (Itzultze), Maluenda nos introduce en el caserío en el que alguno de sus anteriores moradores contribuyó al nacimiento del Partido Nacionalista Vasco; al que regresa, tras el fallecimiento del aita, el hijo que tuvo que escapar por oscuras razones políticas a América Latina; en el que el otro hijo, el que se quedó para conservar el patrimonio familiar, ha convertido el establo que ocupaba la planta baja en una herriko taberna; en el que rige la desconfianza mutua y el miedo a manifestar lo que uno siente, porque la delación se ha convertido en el pan nuestro de cada día. Ese caserío viene a ser el resumen de buena parte de esa sociedad vasca, atrapada en la red que ella misma ha tejido, algunos de cuyos miembros confiesan que sienten vergüenza de ser vasco y otros se han habituado a convivir con el dolor. El tema del retorno reapareció en los escenarios de la mano de Ignacio Amestoy en  2010. El autor, fiel a su interés por todo lo relacionado con estas cuestiones, muy presentes en buena parte de su obra dramática, describió en La última cena el reencuentro, al cabo de diez años de separación, de un frustrado intelectual de izquierdas con su hijo, miembro de ETA. En el marco de la casa familiar, asistimos al duelo de dos perdedores que, aun sabiendo que lo son, defienden a ultranza sus enfrentadas posiciones. El resultado de lo que es un ajuste de cuentas, no puede ir más allá del sellado de una tregua entre vencidos, pero, para alcanzarla, ha sido necesario que muestren al desnudo los motivos que les ha arrastrado hasta un callejón sin salida.

En Los Gondra, Borja Ortiz de Gondra se sitúa en la senda ya transitada por Luis Maluenda e Ignacio Amestoy, pero su propuesta da una vuelta de tuerca en el análisis de las causas remotas y actuales del drama vivido por la sociedad vasca y de sus devastadoras consecuencias. El autor cuenta la historia de una familia, la suya. Para hacerlo, era imprescindible buscar lo que ocultaban los silencios acumulados a lo largo de ciento cuarenta años, desde que un día de 1874 un hecho violento relacionado con la tercera guerra carlista trajo consigo la ruptura de su tatarabuelo con su hermano. Fue el primero de una cadena de desencuentros familiares que, durante generaciones, todos sus miembros sufrieron y de los que nadie hablaba, confiando en que el paso del tiempo bastaría para enterrarlos. Las bodas, las romerías o las celebraciones navideñas eran, solo en apariencia, remansos de paz, porque entre las risas fingidas, los brindis y los bailes siempre acababa asomando el odio.  Los siguientes episodios de los que se habla en la obra coinciden con momentos turbulentos de nuestra historia, de los que la familia no se quedó al margen, librando cainitas batallas internas. Le tocó de cerca el desastre de Cuba, de la que regresó al País Vasco trayendo un armario que contenía, además de una cesta de pelotari, más secretos que documentos útiles para que los descendientes pudieran saber algo de ella. En su seno se vivió el enfrentamiento entre la Euskadi rural y la industrial, que demandaba espacio para su desarrollo. La Guerra Civil y la posguerra dejaron su huella.  Y llegaron los años de plomo del terrorismo, tan terribles que víctimas y verdugos unidos por lazos de sangre andaban mezclados, intercambiando amenazas, fingiendo ignorarlas o aceptando el asesinato del amigo o del vecino como si se tratara de un hecho normal.  Que alguien escriba en el centro de una diana el nombre de un pariente cercano, señalándole como objetivo de los pistoleros etarras, ilustra sobre el grado de degradación al que se había llegado.

¿Qué pueden hacer quien se niega a formar parte de una sociedad dominada por la desconfianza y la traición, en la que el odio no ha dejado de crecer desde que alguien lo sembró y la palabra perdón ha sido excluida de su vocabulario porque ha caído en desuso? Lo más sencillo, refugiarse, como casi todos, en el silencio o alejarse de su tierra para respirar aires menos viciados. Pero cabe que ni el silencio ni la huida calmen su inquietud ni su dolor y se vaya abriendo paso la necesidad de reflexionar sobre un pasado con más sombras que luces, que pesa como una losa. Ello supone formularse y formular preguntas, muchas de ellas incómodas, resucitar viejos demonios familiares, levantar alfombras y ampollas y, al cabo, tener el valor de dar cuenta de las conclusiones en voz alta. Es lo que ha hecho Borja Ortiz de Gondra, para lo cual se ha servido de la tribuna que mejor conoce: el teatro.

Ya el propio título, Los Gondra, indica que estamos ante una pieza biográfica y lo confirma la solitaria presencia del autor en la primera escena. En efecto, antes de que empiece la acción, cuenta al público como surgió la idea de escribirla. Según su relato, estando en Nueva York, el 12 de mayo de 2015, día de su cincuenta cumpleaños y cumplido un año de sequía creativa, recibió dos llamadas: una de Ernesto Caballero, director del Centro Dramático Nacional, y otra de su madre. La del primero, para encargarle una obra. La de ella, para comunicarle el fallecimiento de su hermano Juan Manuel y reprocharle que, como siempre que acontecía un hecho luctuoso en la familia, él estaba ausente. Ambas conversaciones fueron el detonante para que sus averiguaciones sobre la historia de su familia se plasmaran en una obra, por muchas razones, liberadora. Sucede, sin embargo, que los personajes que acceden inmediatamente al escenario no pertenecen a la familia Gondra, sino a la de los Arsuaga. Aquella, real; esta ficticia. La sustitución del original por su calco no es gratuita, sino un legitimo recurso de dramaturgo que ha querido enriquecer la escueta verdad documental con la procedente de otras fuentes o de su propia fantasía. Todo ello para decirnos que la tragedia mostrada no es la de unos pocos, sino la de todo un pueblo. Eso sí, de vez en cuando, el propio autor regresa al escenario para, con su presencia y pequeñas acciones, recordarnos que él es el artífice de lo que estamos viendo y el responsable de cuanto allí se dice. De las pequeñas acciones, alguna es relevante, como aquella en que su madre le recomienda que no siga escribiendo la obra que estamos viendo.

Ortiz de Gondra, en plena madurez creativa, ha alumbrado un texto sobrio, con mucha tensión dramática y de gran calidad literaria que recorre, en sentido inverso al discurrir natural del tiempo, cuatro momentos distintos de la historia familiar: 2015, 1985, 1940 y 1898. Lo sucedido en cada uno arroja luz sobre el que le precede, de modo que, cuando llegamos al último, que es el más remoto, tomamos conciencia de hasta dónde se hunden las raíces de una de las mayores tragedias que nos ha tocado vivir. Josep María Mestres ha conseguido que el relato fragmentado propuesto por el autor discurra sin fisuras, sin decaimientos en el ritmo y siempre atento a los más mínimos detalles de la puesta en escena. En un escenario que reproduce a pequeña escala un frontón, en cuya pared izquierda, entre las marcas que señalan las distancias, está incrustado el imponente armario traído de Cuba, se desenvuelven con soltura once actores, cada uno de los cuales, con la excepción de Ortiz de Gondra, asume tres papeles. Por su carácter coral, no es obra para protagonismos, pero la calidad de los intérpretes propicia que, tanto veteranos como jóvenes, tengan esa condición. Sería injusto no citar a todos y, por ello, este crítico remite al lector a la ficha artística, en la que figura el elenco por orden alfabético de sus apellidos.

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  FOTO: marcosGpunto

Título: Los Gondra (una historia vasca)
Autor: Borja Ortiz de Gondra
Escenografía: Clara Notari
Iluminación: Juanjo Llorens
Vestuario: Gabriela Salaverri Solana
Música original: Iñaki Salvador
Movimiento y coreografía: Jon Maya Sein
Videoescena: Álvaro Luna
Asesor lingüístico (euskera): Karlos Cid Abasolo
Asesor pelota vasca: Fernando Larumbe
Diseño cartel: BYG / Isidro Ferrer
Fotos: marcosGpunto
Producción: Centro Dramático Nacional
Intérpretes (por orden alfabético): Marcial Álvarez, Sonsoles Benedicto, María Hervás, Iker Lastra, Borja Ortiz de Gondra, Francisco Ortiz, Juan Pastor Millet, Pepa Pedroche, Victoria Salvador, Cecilia Solaguren, José Tomé
Dirección: Josep Maria Mestres
Estreno en Madrid: Teatro Valle Inclán (Sala Francisco Nieva), 18 - I -2017

Más información

JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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Última actualización el Miércoles, 25 de Enero de 2017 23:05