La sangre de Antígona. Mirada al mundo. Crítica Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Martes, 23 de Septiembre de 2014 07:16

 LA SANGRE DE ANTÍGONA
CAMINO HACIA LA PASIÓN Y LA MUERTE

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   FOTO: SERGIO CARREÓN 

 María Zambrano (La tumba de Antígona), José Martín Elizondo (Antígona entre moros), Alfonso Jiménez Romero (Oratorio), Luis Riaza (Antígona… ¡cerda!) y Aurelio Delgado (Antígona 18100-7) son algunos de los dramaturgos españoles que se han inspirado en la tragedia de Sófocles para acercar su argumento a nuestro tiempo. En esa relación ocupa un lugar destacado José Bergamín, quien en 1939, apenas llegado a su exilio mexicano, inició la escritura del misterio en tres actos La sangre de Antígona, concluyéndola tiempo después en París. El momento, tan próximo al final de la Guerra Civil, y el argumento, que tomó prestado de la tragedia griega, remiten a lo sucedido en España y al drama personal que le toco vivir. La lucha fratricida con su tributo de sangre, el dolor de la derrota, el odio al vencedor y la rebeldía ante la decisión de enterrar con honores a los muertos de un bando y dejar sin sepultura digna a los del otro son cuestiones comunes a ambas obras. Bergamín no se apartó demasiado del guión original, pero lo que puso de su cosecha introduce matices diferenciadores significativos. Así, por ejemplo, el enfrentamiento entre Antígona y Creonte pierde protagonismo, pues él deja de ser su mayor enemigo, papel que es ocupado por ella misma. Ante la situación creada tras la muerte de sus hermanos, Antígona se siente decepcionada por la postura de los demás, teme acabar compartiéndola y, al cabo, sumida en un mar de dudas, acabará viendo su muerte, no como un castigo que le es impuesto por su rebeldía, sino como la única forma de liberación. Aunque tampoco está segura de que realmente lo sea y, a punto de emprender el último viaje, desconfía. Hay en ese planteamiento, que no borra el contenido político de la obra, un elevado componente cristiano, patente en las frecuentes referencias a la sangre como generadora de vida, a la existencia de otra vida tras la muerte, a la muerte como camino de salvación, al pan y al vino, a Dios. Lo que Bergamín consiguió en esta obra fue insertar sus preocupaciones personales en el escenario de una bárbara guerra en cuyo reparto él tuvo un papel activo.

La sangre de Antígonaapenas ha sido representada. No se llevó a cabo el proyecto del compositor Salvador Bacarisse de convertirla en opera y confiar su dirección a Roberto Rossellini, ni los intentos de José Monleón y Guillermo Heras para programarla en el Festival de  Mérida.  Finalmente, este último pudo montarla en dos ocasiones, aunque ambas fuera de España. La primera con el título de Antígonas en la ciudad argentina de Mendoza con alumnos licenciados en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Cuyo y, la segunda, traducida al italiano por Paola Ambrosi, en 2003, en el teatro Romano de Verona. Así pues, la representación que nos ha ofrecido el Teatro Nacional de México en el María Guerrero ha sido su estreno en España.

A partir de una revisión del texto por parte de Fernando Bergamín Arniches, hijo del dramaturgo, que, apenas lo ha modificado, ya que su intervención se ha centrado en alterar el orden de algunas escenas, Ignacio García ha abordado una puesta en la línea que viene manteniendo en sus trabajos operísticos. Impulsor del proyecto y con la experiencia que le da tener un pie en España y otro en México, lo que le permite conocer de primera mano la forma de actuar de sus profesionales, ha superado con éxito el reto al que se enfrentaba.

La fuerza de los versos de Bergamín alcanzan mayor dimensión trágica, si cabe, en el sólido marco escenográfico que le ha procurado Jesús Hernández: pétreas y mudables moles arquitectónicas horadadas por puertas y ventanas que contienen a los actores en un espacio sin horizonte iluminado con sobriedad.   También cumple una función importante la música solemne con ecos procesionales. En cuanto al vestuario, diseñado por Jerildy Bosch, se funde el intemporal que lucen las mujeres con el que remite a modernos uniformes militares, que, lucidos por hombres de mala catadura, resultan siniestros.

La interpretación se mueve entre la grandilocuencia gestual y verbal a la que invita la tragedia clásica y la contención aconsejada cuando el personaje expresa en voz alta sus reflexiones íntimas. Los excesos, que los hay, son pocos y no empañan el resultado. La Antígona de Erika de la Llave (ofrece momentos de gran brillantez) mantiene, en su bascular de un extremo a otro, momentos de gran brillantez amén un delicado equilibrio.

Título: La sangre de Antígona
Autor: José Bergamín
Versión: Fernando Bergamín Arniches
Producción: Compañía Nacional de Teatro de México en colaboración con el Centro Dramático Nacional
Música y sonido: Ignacio García
Escenografía: Jesús Hernández
Vestuario: Jerildy Bosch
Iluminación: Matías Gorlero
Caracterización: Amanda Schmelz
Asesoría corporal: Lorena Glinz
Montaje coral: Alberto Rosas
Producción ejecutiva en gira: Claudia Shelley
Intérpretes (por orden alfabético): Arturo Beristáin (Creonte), Ana Isabel Esqueira (Ismene), Israel Islas (actor invitado)(Sombra de Eteocles/ Soldado II/ Hemón), Érika de la Llave (Antígona), Rosenda Monteros (Tiresias),  Álvaro Zúñiga* (Sombra de Polinice/ Soldado I), Rocío Leal, Tony Marcín*, Abril Mayett* Laura Padilla y Tere Rábago  (Coro)

* actores invitados

Todos los actores de la Compañía Nacional de Teatro de México son becarios del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes

Dirección: Ignacio García
Estreno en Madrid (en España): Teatro María Guerrero, 11 - IX -  2014 

 


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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Última actualización el Martes, 23 de Septiembre de 2014 07:49