Misántropo. Molière. M. del Arco. Crítica Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Lunes, 12 de Mayo de 2014 07:46

MISÁNTROPO
EL PRECIO DE LA SINCERIDAD

  misantropo 2 b
  FOTO: EDUARDO MORENO

Opinaba el comediógrafo griego Menandro que el exceso de franqueza es peligroso; la adulación, una práctica deleznable; y el éxito, un bien inseguro. Los hechos le daban la razón y los ejemplos no han cesado de entonces acá. Infinitos son los casos en los que la demanda de un juicio sincero sobre cualquier asunto da al traste con amistades tenidas por sólidas apenas escuchada la respuesta. Decir lo que el otro quiere escuchar o salirse por la tangente evita bastantes quebraderos de cabeza. Ser políticamente correcto no nos hace mejores ni nos dignifica, pero ayuda a la convivencia y no nos convierte, a los ojos de los demás, en enemigos del género humano. Moliére, gran conocedor de sus coetáneos, se aplicó a la tarea de poner en solfa sus virtudes y sacar a relucir sus defectos, convirtiendo su obra en un lúcido y nada amable retrato de la sociedad francesa. A ella pertenece con pleno derecho Alcestes, ejemplo máximo de misantropía. Crítico feroz de la hipocresía y ambigua conducta de los demás y con alto riesgo de acabar enfrentado al mundo entero, su flaco era su incapacidad para no ver la viga en su propio ojo. En efecto, su ciego amor por la casquivana Celimena le impedía llevar a la práctica los principios morales que exigía a los demás, pues se negaba a reconocer la evidencia de que, en ella, residían muchos de los defectos que denunciaba con ahínco. Tan distintas varas de medir acaban por pasarle factura y su contradictoria conducta le convierte en un ser destemplado y violento. De ahí el subtítulo de El atrabiliario enamorado que añadió el autor. Así, lo que empieza siendo divertida comedia derive en drama.

El misántropoforma parte, con pleno de derecho, del amplio repertorio de obras que trascienden su tiempo y adquieren la categoría de universales. Basta la lectura de los textos originales o ver su fiel representación escénica para reconocerles esa condición, pero es frecuente que los directores de escena, para subrayarla, consideren oportuno introducir algunos cambios que las aproximen a nuestra época. El más habitual es trasladar la acción a escenarios indefinidos o actuales y vestir a los personajes con ropas intemporales o de hoy. En consonancia con ello, hemos visto a la Lozana andaluza ejercer en un puticlub de carretera, a los amigos de Hamlet viajar en avión o, en Fuenteovejuna, a los soldados del Comendador lucir uniformes nazis. No todos aprueban tales prácticas. Unos lo hacen por principio y, otros, porque los resultados que arrojan tales mudanzas no siempre resultan, por inverosímiles, satisfactorios. Lo que más chirría en estas propuestas es la incompatibilidad entre el texto y la forma de decirlo y el marco en el que se le sitúa. La eliminación de algunas palabras o frases o su sustitución por otras equivalentes no suele resolver los problemas que se derivan de los inevitables anacronismos. Sí lo ha conseguido Miguel del Arco con una fórmula que ya había ensayado en La función por hacer (CLIKEAR) , basada en Seis personajes en busca de autor , y que afinó en Veraneantes (CLIKEAR), cuya plantilla fue Los veraneantes, de Gorki. Consiste en no acudir a los clásicos para demostrar su vigencia, sino en servirse de ellos para contar cosas contemporáneas. El precedente más claro lo encontramos en la ya lejana versión de Enrique Llovet de El tartufo. Dirigida por Marsillach, en ella se ponía en solfa el vertiginoso ascenso del Opus Dei en la política española a finales de la década del sesenta del pasado siglo. 

En Misántropo, del original quedan intactos el argumento y la estructura dramática. En cuanto a los personajes, solo prescinde de los secundarios y reduce a uno otros dos, convirtiendo a los demás en el reflejo de hombres y mujeres de hoy. Ha trasladado la acción desde la casa de Celimena al callejón al que da la puerta trasera de una discoteca en la que el derecho de admisión garantiza una clientela fiel y selecta. La mudanza no es nada gratuita. La escenografía de Eduardo Moreno, muy bien iluminada por Juanjo Llorente, recrea a la perfección esos sórdidos rincones de la geografía urbana. Lo que era una fiesta de la aristocracia parisina del XVII, deviene así en concilio mundano en los aledaños de un local de pago. Lo esencial es que, en la presente versión, se tratan los mismos asuntos, aunque con distintos leguajes. Aquellos, los que tienen que ver con la ambición y las mil perversas maneras de satisfacerla, sacrificando principios y poniendo en riesgo amistades con apariencia de sólidas; con la hipocresía como norma de conducta; el toma y daca que preside las relaciones humanas cuando el dinero anda por medio y se pone precio a los favores; con la maledicencia como hábito y porque sí; con el amor cuando deja de ser sentimiento y se instala en el terreno del juego social o del banal entretenimiento; y con un largo etcétera en el que cabe cuanto podamos imaginar. Respecto al lenguaje, del Arco ha ido vaciando el texto original sin entrar a saco en él, cuidando de no dañar lo conservado y, ha rellenado los huecos resultantes con un vocabulario inspirado en la jerga de los políticos, de los ejecutivos agresivos suficientemente preparados  y  de los chisgarabís y vividores que elevan sus pijadas a señas de identidad. El resultado es un habla tan familiar como brillante y creíble.

El trabajo actoral y algún oportuno apunte escénico completan la metamorfosis de una comedia del XVII en otra de rabiosa actualidad. Resulta eficaz la conversión del vate de andar por casa Oronte en descoyuntado cantante, lo que permite sustituir la lectura de un soneto por la desternillante parodia de un número musical a lo Elvis Presley También es feliz la idea de sustituir las indiscretas cartas y billetes comprometedores que ponen al descubierto los devaneos amorosos de Celimena por mensajes de móvil, provocando una situación que parece calcada de la creada por la filtración de cientos de correos electrónicos que evidencian los engaños e inmorales manejos profesionales de sus autores y destinatarios amén de aspectos comprometidos y poco edificantes de sus vidas privadas. Son detalles que facilitan que los actores se muevan por el escenario como pez en el agua. Sus personajes, siendo hijos de los de Moliére, parecen salidos de nuestro entorno. Ninguno merece nuestra simpatía, pero sí son acreedores de ella sus intérpretes. En su trabajo hay el ritmo y la química que se alcanzan cuando se forma parte de un equipo consolidado. En un reparto integrado por actores de calidad, destaca Elías Elejalde, en el papel del misántropo Alcestes, que hace un perfecto recorrido desde la comedia al drama. Siguen Bárbara Lennie (la irresponsable y casquivana Celimena, que convierte a Alcestes en un ser contradictorio), Raúl Prieto (Filinto, el amigo fiel y, por ello, rompeolas del odio que Alcestes siente por la humanidad), Manuela Paso (Arsinoe, manipuladora con aires de inocencia santurrona, amiga y rival de Celimena), Cristóbal Suárez (Oronte, el cantante histriónico), Miriam Montilla (Elianta, prima de Celimena) y José Luis Martínez (Clitandro, uno de los pretendientes de los favores de Celimena).

  MISANTROPO 3 B
  JOSÉ LUIS MARTÍNEZ / BÁRBARA LENNIE / CRISTÓBAL DUÁREZ
FOTO: EDUARDO MORENO

Título: Misántropo (Basado libremente en el original de Molière)
Escenografía: Eduardo Moreno
Iluminación: Juanjo Llorens
Sonido: Sandra Vicente (Studio 340)
Música: Arnau Vilà
Video: Joan Rodón, Emilio Valenzuela
Cartel: Rodón & Moreno
Vestuario: Ana López
Coreografía: Carlota Ferrer
Coordinación Técnica: Mariano García
Técnico de luces: Nacho Vargas
Técnico de sonido: Enrique Calvo
Dirección Producción: Aitor Tejada
Producción Ejecutiva: Jordi Buxó
Ayte Producción: Léa Béguin
Producción: Kamikaze Producciones en coproducción con el Teatro Español y el Teatro Calderón de Valladolid
Ayte Dirección: Aitor Tejada
Intérpretes: Israel Elejalde (Alcestes),  Bárbara Lennie (Celimena),  José Luis Martínez (Clitandro ), Miriam Montilla (Elianta),  Manuela Paso (Arsinoé),  Raúl Prieto (Filinto),  Cristóbal Suárez (Oronte)
Dirección: Miguel del Arco
Duración: Una hora 45 minutos
Estreno absoluto en Avilés: Teatro Palacio Valdés 18 - X- 2013
Estreno en Madrid: Teatros Español (Sala Principal), 22 - IV - 2014 

 

 

JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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Última actualización el Miércoles, 11 de Junio de 2014 10:40