La punta del iceberg. Tabares-Belbel. Crítica Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozoz   
Lunes, 10 de Marzo de 2014 08:04

LA PUNTA DEL ICEBERG
LA DUDOSA FELICIDAD DE TRABAJAR EN UNA MULINACIONAL

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  NIEVE DE MEDINA / ELEAZAR ORTIZ
FOTO: www.madridteastro.net

Willy Loman, el protagonista de La muerte de un viajante, de Arthur Miller, se suicidó a los 63 años de edad, cuando la empresa a la que se había dedicado en cuerpo y alma le puso en el punto de mira porque su rendimiento había bajado considerablemente. A sus problemas laborales se habían sumado los económicos y familiares. La obra, estrenada en 1949, ponía en cuestión el sueño americano, que era la culminación exitosa de la ambición profesional, la entrega y los sacrificios de muchos ciudadanos estadounidenses. Miller venía a decir que no se trataba de un camino de rosas y que, a la postre, el precio pagado solía ser demasiado alto. Aquí, en nuestro país, Carlos Muñiz escribió en 1961 una farsa titulada El tintero en la que presentaba a un personaje muy español, aunque el miedo a la censura le animara a bautizarle con el nombre de Crock. Nada que ver con Willy Loman, pero el desasosiego que le producía su vida de empleado sin horizontes en una siniestra oficina, rodeado de compañeros aborregados, ninguneado por sus jefes, acuciado por las deudas y despreciado por su esposa, también le empuja al suicidio. No estamos, pues, ante un tema nuevo en el teatro. La punta del iceberg trata de lo mismo. Lo que sucede es que su autor, Antonio Tabares, sitúa la acción en nuestro tiempo, que es el de las grandes empresas multinacionales con miles de empleados, en las que nadie tiene el puesto asegurado, en las que se exige una dedicación que reduce a la nada la vida privada y en las que la competencia es feroz y afecta a todos los niveles, lo cual nos remite a una moderna forma de esclavitud de la que los más débiles (o desesperados) solo pueden librarse mediante el suicidio. La noticia de que, en una factoría francesa de la empresa Renault, se había producido tres suicidios entre sus empleados fue el motor de esta obra. Luego vendría el caso de France Télecom, con un enorme eco en los medios de comunicación, que se saldó con una treintena de suicidios atribuidos a las prácticas agresivas de la dirección, al acoso laboral sufrido por los trabajadores, a la presión psicológica y al anuncio de que se pondría en marcha un plan de reestructuración de la actividad que supondría una brutal reducción de la plantilla. 

Es, pues, evidente que el mundo laboral que retrata Tabares no es ni por asomo  el habitado por los personajes citados más arriba. Aquellos pertenecían a otras generaciones cuyas formas de vida distaban de asemejarse a las actuales. En las empresas todavía no se llamaba responsable de recursos humanos al jefe de personal. Las criaturas que habitan el drama de nuestro autor son de otra pasta, de la misma que están hechas las que aparecen en buena parte de las obras actuales que se ocupan de los mismos asuntos. Ciñéndonos al teatro español, es fácil reconocerlas en los protagonistas de la tercera entrega de Trilogía de la juventud, de Yolanda Pallín, José Ramón Fernández y Javier Yagüe. Estrenada en 2002, su título, 24/7, que alude a las horas del día y a los días de la semana, mostraba las dificultades para encauzar el futuro profesional de una juventud que accedía a un mercado de trabajo que ya empezaba a ofrecer empleos inestables, a exigir jornadas interminables que apenas dejaban espacio para la vida privada y en  el que los ordenadores eran más importantes que las personas.  Luego vendrían piezas como Después de la lluvia, de Sergi Belbel, y El método Gronhölm, de Jordi Galcerán, con las que La punta del iceberg tiene muchos puntos en común, tanto en la temática como en sus planteamientos formales. Coincidencias que seguramente llamaron la atención del autor de la primera y más adelante director de la segunda cuando el texto cayó en sus manos y decidió llevarlo a escena en cuanto le fuera posible.

En Después de la lluvia se nos presenta a los empleados de una empresa que, ante la prohibición de fumar en sus dependencias, se reúnen en la terraza del edifico para hacerlo. Allí, en aquellos breves momentos de asueto, se liberan de la tensión provocada por unas normas laborales rígidas y estresantes que enrarecen el ambiente y dañan sus relaciones. En El método Gronhölm, asistimos a la feroz lucha que mantienen los candidatos a un puesto de ejecutivo en una multinacional en el curso de una de las sesiones colectivas del proceso de selección. En alguna medida, lo que sucede en La punta del iceberg es la consecuencia lógica de esa continua lucha por la supervivencia y de la incapacidad de algunos para mantenerla indefinidamente. El suicido se plantea como solución individual y solo se encienden las alarmas cuando su número se dispara. Es lo que sucede en la obra de Tabares.

En una gran empresa, se han producido tres suicidios en el plazo de cinco meses. Desde la central londinense, envían a Sofía Cuevas, una alta ejecutiva, para que investigue lo sucedido. Se trata de saber si los suicidios guardan relación con cuestiones laborales o, por el contrario, tienen motivaciones meramente personales. El autor ha planteado el proceso siguiendo una fórmula dramática sencilla y eficaz: la comisionada entrevista una a una a un reducido grupo de personas relacionadas con las que se quitaron la vida. La primera, Carlos Fresno, el nuevo director de la delegación, cuya meta es compensar la reducción de la plantilla con el aumento del rendimiento de los que han preservado sus empleos. Luego someterá a escrutinio a Gabriela, una secretaria; Jaime, un agresivo empleado siempre en tensión y al borde de un ataque de nervios, y Alejandro, sindicalista, quien, olvidado su pasado reivindicativo, se ha tornado en un cínico que está de vuelta de todo. Hay otro encuentro no programado. Es el que se produce en la cafetería de la empresa entre Sofía y Carmelo, el viejo camarero que, desde su privilegiado observatorio, es testigo del día a día de los empleados, adivino de sus estados de ánimo y hasta confidente. La suma de todos los diálogos ofrece una radiografía bastante aproximada de lo que se cuece en esas ollas a presión que son las grandes empresas. En ella, observamos las relaciones de dependencia entre jefes y subordinados, las rivalidades profesionales que enfrentan a colegas, la permanente desconfianza, el desasosiego que produce sentirse objeto de continuas evaluaciones, la renuncia a sueños que la realidad ha hecho inalcanzables y la desordenada mezcla que acaba estableciéndose cuando vida profesional y privada se entrecruzan.

En el haber de esta propuesta están, sin duda, los diálogos, dinámicos, sólidamente construidos e incisivos. Nos desvelan con crudeza el drama que viven los protagonistas, aunque  el autor evita elevarlo a la categoría de tragedia introduciendo en ellos toques de humor que alivian la tensión. También es acertada la descripción de los personajes, bien interpretados por los seis actores seleccionados y dirigidos con buen pulso por Sergi Belbel. El más complejo y con mayor presencia en escena es Sofía Cuevas, cuyo papel asume Nieve de Medina. La ejecutiva enérgica, fría e inquisidora dispuesta a llevar a cabo con rigor la investigación que le ha sido encomendada, acabará echando de menos su perdida sensualidad y mostrando su fragilidad cuando el inesperado encuentro con quien fue su pareja la devuelve a un pasado inconformista, vitalista y solidario del que no queda rastro. Luis Moreno hace un Jaime desquiciado, prototipo del empleado ambicioso que, en su desmedido afán de superación, se convierte en su propio y peor enemigo. Todo lo contrario que Alejandro, el personaje que asume Pau Durá, un sindicalista escéptico en funciones de parásito social y vividor. Eleazar Ortiz es Carlos Fresno, directivo que rige con mano de hierro la empresa, inquieto por si el resultado de la encuesta arroja alguna sombra de sospecha sobre su gestión. Montse Diez es la secretaria que sabe y calla, a la que la presión a la que se ve sometida la convierte en firme candidata al suicidio. Y, por último, en una intervención breve y entrañable, Chema de Miguel borda el papel del camarero, el que mejor conoce la enfermedad que anida en aquella colmena y el único que se ha librado de ella.

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  CHEMA DE MIGUEL / NIEVE DE MEDINA
FOTO: ROS RIBAS

Título: La punta del iceberg
Autor: Antonio Tabares
Escenografía: Max Glaenzel
Diseño de iluminación: Kiko Planas (AAI)
Espacio sonoro: Javier Almela
Vestuario: Vanessa Actif
Maquillaje y peluquería: Eva Vila
Ayudantes de dirección: Andrea Delicado y Sara Filipa Rei
Intérpretes: Nieve de Medina (Sofía Cuevas), Eleazar Ortiz (Carlos Fresno), Montse Díez (Gabriela Benassar), Pau Durà (Alejandro García), Luis Moreno (Jaime Salas), Chema de Miguel (Carmelo Luis)
Dirección: Sergi Belbel
Duración: 1 hora y 20 minutos
Estreno en Madrid: Teatro de La Abadía (Sala Juan de la Cruz), 26 - II - 2014

 

JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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Última actualización el Viernes, 20 de Junio de 2014 11:43