Santa perpetua. L.Ripoll. Crítica Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Jueves, 18 de Noviembre de 2010 10:58

SANTA PERPETUA

ESPERPENTO Y MEMORIA HISTÓRICA

 

 

El esperpento en estado puro se ha instalado en el escenario de Cuarta Pared. Lo ha hecho de la mano de Laila Ripoll, principal valedora en el actual teatro español del genial invento de Valle. En esta ocasión, ha recurrido a él para hablar de las fosas del franquismo, esas que durante la guerra fueron llenándose con los cadáveres de los republicanos fusilados en cunetas o frente a paredones, y que ahora, tras décadas de silencio, primero, y, luego, con la negación de su existencia, tanto trabajo está costando localizarlas y abrirlas. Es como si no se quisiera remover esas tierras para no dañar el paisaje que el olvido interesado y el borrón y cuenta nueva han ido dibujando a lo largo de los años que llevamos en democracia. Santa Perpetua es una pedorreta lanzada a los que quisieran que la memoria histórica y las tibias leyes que la amparan fueran papel mojado.

 

La acción tiene lugar en el interior extremadamente viejo y sucio de una casona de pueblo habitada por tres hermanos, dos varones y una hembra, que bien podrían ser residuos de tiempos aciagos si no fuera por sus inquebrantables ansias de eternidad. Quién manda en la casa es la mujer, de nombre Perpetua, que oficia de santa milagrera. Los hermanos son como sacristanes atolondrados que viven a su sombra atendiéndola en sus necesidades y a la que temen tanto como a los relámpagos que se cuelan por las ventanas y a los truenos. La señora, de la que la autora dice que es tan vieja como la injusticia, ocupa una cama, de la que muy rara vez sale, la cual, por su decoración, algo tiene de altar, pues hay abundancia de vírgenes y santos, exvotos y banderas. Acomodada en ella recibe las visitas de los que buscan remedio a sus males, quieren recibir su bendición, besarla el hábito que viste o, simplemente, hacerse una foto a su lado. Pero esa mujer, que aparenta tener remedios para todos, no los tiene para resolver su gran problema: cicatrizar las heridas de su pasado criminal y depredador. Y no los tiene porque, entre el arrepentimiento, que llevaría aparejado la restitución de lo robado, y el olvido interesado, ha elegido el último. La historia de esta Santa Perpetua autoritaria y sin remordimientos es la versión tragicómica de la de una España que soportó una guerra fraticida tras la que los vencedores siguieron siéndolo y, los vencidos que la sobrevivieron, también.

 

El texto, escrito con el cuidado de quién ama la buena escritura y reescrito a pie de escenario, es un excelente soporte para un espectáculo que, pudiendo haber entrado sólo por los ojos, permite una lectura profunda de la delirante historia que se nos cuenta. También merece ser elogiada la puesta en escena, de la que se ha ocupado, como es habitual, la propia autora. La interpretación sigue los derroteros de algunos de los anteriores trabajos de Micomicón. Marcos León asume el papel de Perpetua, en un ejercicio de travestismo que no es, en absoluto, gratuito.  No en vano, su hermano Pacífico sospecha que bajo las sayas esconde la cola que desmentiría su condición de hembra. Éste hermano, corto de luces y, por ello, curioso, impertinente y, a veces, tierno es interpretado por un zascandil y gesticulante Juan Ripoll. Manuel Agredano es el otro hermano. Su personaje, Placido, cumple la doble función de ama de llaves y secretario prudente y fiel de la santa. A él le toca provocar de forma truculenta e involuntaria el final de la historia, como le sucediera al  Friolera de Valle, que queriendo pasaportar a la esposa infiel, se llevó por delante la vida de su hija. Compone este trío familiar un grotesco retablo de la eterna España negra y pone el contrapunto un cuarto personaje, Zoilo, el hombre cuya familia fue asesinada y expoliada por la anciana, pero que, a estas alturas, sólo reclama una bicicleta verde, una modesta compensación para tan gran daño causado. Mariano Llorente es el intruso que, con su inesperada presencia, remueve la memoria adormecida. Un personaje necesario, pero, para el actor, el menos agradecido de todos.

 

Título: Santa Perpetua.

Autora y directora: Laila Ripoll.

Escenografía: Antonio Martín Burgos.

Iluminación: Luis Perdiguero.

Vestuario: Almudena Rodríguez Huertas.

Selección de músicas tradicional: Marcos León.

Compañía Micomicón (Comunidad de Madrid)

Intérpretes: Juan Ripoll, Manuel Agredano, Marcos León

y Mariano Llorente.

Duración: 75 minutos

Estreno en Madrid: Cuarta Pared, 11 – XI - 2010.

 
 

 


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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Última actualización el Jueves, 20 de Enero de 2011 11:40