Actos de Juventud. Crítica Imprimir
Escrito por Eduardo Pérez Rasilla   
Jueves, 20 de Mayo de 2010 07:06

 

ACTOS DE JUVENTUD
TENER 25 AÑOS EN EUROPA 

 Actos de juventud abrió la programación de Escena contemporánea en la Cuarta pared. Regresó a la misma sala, ya en la temporada ordinaria,   durante algunas semanas en el mes de marzo.


 ACTOS DE JUVENTUD
TENER 25 AÑOS EN EUROPA 

Actos de juventud abrió la programación de Escena contemporánea en la Cuarta pared. Regresó a la misma sala, ya en la temporada ordinaria,   durante algunas semanas en el mes de marzo. Tanto la invitación a Escena contemporánea como la continuidad en la programación ordinaria de la Cuarta  pared pueden entenderse como un refrendo a una de las compañías más relevantes y novedosas del teatro joven en España. La tristura presentaba con Actos de juventud su tercera entrega, tras La velocidad del padre, la velocidad de la madre  (2007) y   Años noventa. Nacimos para ser estrellas (2008), que, en su momento, se exhibieron en el Canto de la cabra.  En esta ocasión todos los componentes del grupo, Violeta Gil, Itsaso Arana, Pablo Fidalgo y Celso Giménez, se responsabilizan de la escritura y la creación escénica e intervienen también como intérpretes,  actitud con la que asumen la condición colectiva de la creación, que responde a un proyecto común y una poética que va revelándose progresivamente.
   FOTO: GERARDO CAMPOS

En Actos de juventud advertimos también la asimilación libre y fecunda, por parte del grupo, de algunas aportaciones de creadores que los han precedido. No faltan las citas –explícitas o implícitas, textuales o circunscritas a las imágenes- ni las resonancias de espectáculos memorables, pero  el resultado es profundamente original y revela un compromiso con su quehacer y con su voluntad de adoptar una mirada propia ante la realidad circundante. Esta decisión audaz –que a algunos podría parecer arrogante, sin serlo-  encuentra apoyo en la notable calidad de su escritura dramática, poética e incisiva, de honda capacidad metafórica, porosa, fragmentaria y sugerente,  que se ofrece como propuesta para un proceso, más que para un espectáculo,  que cobra sentido desde las acciones físicas, la relación con los objetos, la situación en el espacio y la utilización de la palabra como elemento ritual o confesional, al servicio del proceso y no la inversa. Más que en los textos anteriores, el diálogo queda sustituido por el monólogo, y, tanto como en ellos, a la continuidad se prefieren la fractura, la superposición, la reiteración o el paralelismo. Su poética excluye la ironía, a favor de una visión más inerme, más lírica, más primigenia, que no renuncia, sin embargo,  a la  sagacidad del discurso crítico ni a la pasión en la búsqueda de estímulos y en la exigencia de razones.

Aunque la continuidad con los trabajos anteriores permite esbozar una poética de La tristura,  su último trabajo,  Actos de juventud, muestra un punto de inflexión. Se advierte la necesidad que tiene el grupo –como colectividad y como conjunto de individualidades- de reflexionar, de ajustar cuentas consigo mismo, de abrirse a confidencias íntimas. Los textos  se ofrecen como una polifonía de voces más intimistas,  más ligadas a la propia corporalidad, casi ajenas al auditorio, vueltas sobre sí mismas. Las frustraciones y los proyectos, la desilusión y la felicidad  parecen más pegados a la piel. Los movimientos en este espectáculo  son más delicados, por lo general, aunque no falten los momentos de mayor intensidad o hasta de mayor compulsión. Las imágenes son más sutiles, pero más evocadoras, como consecuencia de un drástico proceso de depuración formal. La reflexión sobre la identidad personal y generacional, la herencia intelectual, moral y política recibida, el amor y el dolor tratados como facetas inseparables, el desasosiego que causa la percepción de la realidad histórica y la posibilidad de la utopía siguen siendo los temas recurrentes, expresados en un lenguaje cada vez más cernido y apremiante. La urgencia de entender y dar un sentido a la propia juventud, aquí y ahora, zarandea el ánimo de La tristura, y sus componentes se apiñan más entre sí, mientras en sus voces se superponen los recuerdos próximos y remotos con los inaplazables requerimientos del presente y la irrenunciable responsabilidad de imaginar un futuro que ya no se ve como distante.

La lucidez de la mirada produce un dolor que no quiere evitarse y un compromiso que se asume con intensidad: Tengo 25 años en Europa/Es probable que tenga hijos/Se me han prometido cosas que no se pudieron cumplir/Y como todo esto se me prometió/Yo también prometí/Y ahora que sé que los que me prometieron cosas/No podrán cumplir conmigo nunca/Sé que yo no podré cumplir/con aquellos a los que les prometí cosas/Eran cosas importantes/cosas que iban a cambiar el mundo/ Y no voy a poder cumplir/y es por eso por lo que estoy triste.

         El lirismo y una cierta dosis de melancolía se entrecruzan con las aspiraciones generacionales y con la reivindicación de la utopía en una curiosa simbiosis entre la vacilación y la energía, entre la percepción de la limitación y del dolor, y la conciencia de una rebeldía  que invita a la acción y también al disfrute sosegado de la hermosura de personas y cosas. Actos de juventud es un trabajo paradójicamente maduro,  extraordinariamente exigente desde el punto de vista formal, despojado y sin concesiones, bello e íntimo. Y La tristura se confirma con o una de las compañías más originales y vigorosas  de la escena española contemporánea.

 

Titulo: Actos de juventud:

Creación, dirección e interpretación: Itsaso Arana, Pablo Fidalgo, Violeta Gil, Celso Giménez (La tristura).

Iluminación: David Benito.

Vestuario: Pedro y el Lobo.

Estreno en Madrid: Sala Cuarta pared, 21.I.2010.

 

 


Eduardo Pérez – Rasilla
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Última actualización el Domingo, 29 de Agosto de 2010 07:00