El Evangelio de San Juan. El Brujo. Crítica. Imprimir

EL EVANGELIO DE SAN JUAN

VIRTUOSISMO INTERPRETATIVO

 

 
     RAFAEL ÁLVAREZ, EL BRUJO
  FOTO: GUILLERMO CASAS

El Evangelio de San Juan ha sido objeto de innumerables lecturas y de casi infinitas controversias. Su singularidad respecto a las otras tres versiones canónicas sobre la vida y la muerte de Cristo ha suscitado discusiones y estudios en el ámbito de la teología y en el de la filología. No ha renunciado del todo a ellas el trabajo de El Brujo, aunque prefiere su condición de relato oral y su aproximación poética a los territorios del misterio.


El Evangelio de San Juan culmina la trilogía que se abrió con San Francisco, juglar de Dios y continuó con El ingenioso caballero de la palabra. Los tres espectáculos se inspiran en figuras que hunden sus raíces en la tradición y en la literatura, y que ofrecen al mundo modelos de conducta basados en una elevada moralidad, pero cuyo mensaje resulta no sólo ajeno a los criterios éticos dominantes, sino también excéntrico, lo que motiva un rechazo de la sociedad para la que hablan, que los considera locos o impostores. Los tres abrazan abnegadamente la causa que proclaman y la sirven con tenacidad leal, con coherencia y con  valentía. Los tres se arrogan una misión regeneradora – social y moralmente -, ejercen alguna suerte de proselitismo, que les procura seguidores y detractores,  y explican su concepción del mundo mediante un atractivo lenguaje de naturaleza poética y simbólica, que muchos de sus oyentes comprenden mal, puesto que no son capaces de superar la literalidad superficial del discurso. Los hechos que avalan sus palabras adquieren también un valor simbólico y ejemplar,  que sus detractores, víctimas de la miopía intelectual  o de su moralidad estrecha, malinterpretan.


Teatralmente El Brujo reconoce su deuda con Darío Fo y la vieja práctica juglaresca, así como con la narración de los relatos de tradición oral, a la que no son ajenos tampoco los motivos literarios de referencia en estos  tres espectáculos a los que nos referimos. Y es esta la perspectiva desde la que aborda El Evangelio de San Juan. El intérprete sobre el escenario es un narrador, que se acerca a los personajes del relato que transmite, sin pretender encarnarlos. Tan sólo esboza los perfiles de esos personajes, no se propone convertirse en ellos. Reproduce algunas de sus palabras o imita algunos de sus ademanes, pero siempre desde una cierta distancia emocional y estética. Es un juglar que cuenta, no un personaje del relato evangélico.  Ni siquiera hay un excesivo empeño por distinguir a unos de otros, más allá de algún momento en que esa distinción proporciona un efecto cómico o alguna forma de tensión narrativa, que no psicológica o propiamente dramática.

 

Su personaje es el narrador, no las figuras de la narración, lo que le permite las digresiones, los comentarios, las aproximaciones al público, los anacronismos o las bromas, que, por cierto, no siempre están a la altura que cabría esperar. Hay demasiadas concesiones, demasiados apoyos en chistes fáciles o en toscas alusiones a la actualidad, que empañan el recurso a un humor, que,  por lo demás, acerca el relato y lo hace entrañable sin desvirtuarlo. Y es esta condición de narrador la que permite que El Evangelio de San Juan se presente desde una equidistancia entre posiciones reverenciales y críticas.  El espectáculo de El  Brujo lo sitúa en un plano de espiritualidad y de poesía, que parece rescatar su valor simbólico, sin ceñirse por ello a la interpretación canónica. No cabe pensar en intenciones  doctrinales o pastorales, por lo que  la mención de algunas de las discusiones exegéticas y filológicas – no exentas en algunos momentos de pedantería - no siempre resulta necesaria. Al margen de ellas, el relato avanza de forma lineal, siguiendo básicamente el orden establecido por el texto que ha llegado hasta nosotros, contrapunteado por ilustraciones, aclaraciones o comentarios.

 

Están fuera de discusión las condiciones actorales de Rafael Álvarez, El Brujo. Su técnica interpretativa, su gama de recursos expresivos, su imaginación y su capacidad de seducción, son sobradamente conocidas y en este espectáculo el artista hace gala de ellas con serenidad, con dominio de la situación, con el saber estar propio de los grandes actores. No tan acertado se muestra en el diseño del espacio escénico, previsible,  tópico y de muy escasa capacidad de sugerencia, si exceptuamos la sobria pero impresionante iluminación diseñada por Miguel Ángel Camacho.


Pero, si la factura formal del espectáculo es impecable y la interpretación extraordinaria, el conjunto de la propuesta plantea dudas sobre su pertinencia, más allá del innegable virtuosismo actoral.  No sólo está ausente la dramaticidad, sino también cualquier tentativa de relación de lo que se cuenta con la sociedad para la que se presenta el espectáculo, fuera de consideraciones genéricas y poco comprometidas. El resultado es, a mi entender, distante, carente de tensión.


 
  JUAN DE PURA
FOTO: GUILLERMO CASAS 

Título: El Evangelio de San Juan

Versión y escenografía: Rafael Álvarez “El Brujo”

Música original y dirección musical: Javier Alejano

Iluminación: Miguel Ángel Camacho

Vestuario: Gergonia E. Moustellier

Diseño de cartel: Peret
Fotos (Alta resolución): Guillermo Casas 
Vídeo-clip: 
Paz Producciones

Ayudante de dirección: Oskar Adiego

Músicos: Javier Alejano (viola), Juan de Pura (Voz), Kevin Robb (Saxo), Daniel Suárez “Sena” (percusión)

Coproducción: Centro Dramático Nacional / El Brujo Producciones.

Interpretación y dirección: Rafael Álvarez “El Brujo”

Duración: 2 horas y 15 minutos (incluido intermeido)
Estreno en Madrid: Teatro María Guerrero (Centro Dramático Nacional), 16 – IX -2010.




 

 

Eduardo Pérez – Rasilla
Copyright©pérezrasilla


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