El mal de la juventud. Andrés Lima. Crítica Imprimir
Escrito por Eduardo Pérez Rasilla   
Lunes, 01 de Noviembre de 2010 06:43
 

EL MAL DE LA JUVENTUD

EPIDÉRMICO 

El drama se inserta plenamente en los movimientos teatrales, literarios e intelectuales vieneses del momento y revela también la influencia de otras manifestaciones culturales en lengua alemana, 

EL MAL DE LA JUVENTUD

EPIDÉRMICO

 

 
 FOTO: ROS RIBAS

Hacía tiempo que no ser revisaba este emblemático texto en Madrid. O, al menos, no he tenido noticias de escenificaciones recientes. El mal de la juventud (o La enfermedad de la juventud, como se ha traducido en ocasiones) se estrenó en 1926. Su autor, Theodor Tagger, de origen judío y escritor en lengua alemana,  utilizaba el pseudónimo de Ferdinand Bruckner.  El mal de la juventud, su obra más conocida, sitúa la acción en una pensión de Viena en torno a 1923, es decir, en un tiempo contemporáneo a aquel en que la obra fue escrita y en el lugar en el que el dramaturgo vivía. El drama se inserta plenamente en los movimientos teatrales, literarios e intelectuales vieneses del momento y revela también la influencia de otras manifestaciones culturales en lengua alemana, desde el pensamiento de Nietzsche al teatro expresionista. La efervescencia cultural e intelectual que agitaba la ciudad de Viena la encontramos en este drama ambicioso y sin concesiones, en el que no es difícil advertir  concomitancias con el pensamiento freudiano o con la literatura  y el teatro de Arthur Schnitzler. El binomio Eros-Thánatos alcanza en esta obra de Bruckner una representación memorable

 

La mostración sin tapujos de las pulsiones sexuales, incluidas sus vertientes más oscuras,  inconfesables y hasta perversas, proporciona la posibilidad de asomarse sin miedo a los considerados habitualmente como tabúes de esa sexualidad o a las manifestaciones tenidas como heterodoxas, sobre todo las que atañen a la mujer, desde la homosexualidad hasta la promiscuidad. Esta labor de introspección y disección constituye una de las aportaciones del teatro expresionista, pero también del pensamiento vienés de finales del XIX y primeros del XX. La puesta al desnudo de unas estructuras morales y sociales todavía vigentes, pero ya notoriamente anticuadas, y  el desprecio de la fidelidad y la estabilidad conyugal  podrían constituir el punto de partida de este audaz y sugestivo texto dramático, pero  El mal de la juventud no se detiene en esta denuncia social, sino que desvela el poder de los impulsos sexuales y la adopción de una actitud cínica y exenta de prejuicios respecto a esa vieja moral sexual cuando se trata de satisfacer necesidades fisiológicas o, sobre todo, cuando se trata de servirse de esa fuerza de la sexualidad para obtener ventajas económicas, para ejercer el dominio sobre los otros o para alcanzar metas profesionales o lograr en reconocimiento social. El sexo aflora en toda su crudeza y las relaciones entre los seres humanos se revelan falsas,  contaminadas por intereses perentorios o bastardos, alentadas por la necesidad de la posesión, cuando no de la humillación, bajo la apariencia de la amistad, la admiración o el afecto. Todo un mundo de convenciones psicológicas y morales se viene estrepitosamente abajo.

 

Pero estos jóvenes que viven una época convulsa, caracterizada por los cambios, plena de posibilidades de futuro y abierta a la incorporación de segmentos sociales excluidos, no son capaces de asimilar con madurez y sosiego estas transformaciones y se ven inmersos en un doloroso proceso de autodestrucción,  por más que sus existencias pudieran presentarse como brillantes o envidiables. El recurso al alcohol, a la cocaína y, finalmente, al veronal, la utilización compulsiva del sexo, el estallido de la rivalidad o del  odio, que se agazapaban bajo una amistad sólo aparente o  los enfrentamientos basados en rivalidades de clase  son algunas de las manifestaciones de un paradójico tedio vital a que abocan las circunstancias en que se desenvuelve su juventud.  La energía de unas mujeres que aspiran a las titulaciones universitarias prestigiosas –y las obtienen- o las de unas clases sociales que se incorporan a la universidad de la que se habían visto excluidas, se estrella contra un vacío existencial, contra una falta de resortes morales profundos y los personajes caen en la melancolía y en el desconcierto.

 

La escenificación de El mal de la juventud ha optado, sin embargo, por refugiarse en los aspectos más festivos,  epidérmicos y estridentes. La historia, tal como se presenta, aparece enmarcada en una suerte de comedia musical, en la que cuanto sucede emana de una locura propia de una delirante noche en la que se bebe, se baila y se goza hasta la extenuación. Y a mi entender, El mal de la juventud es algo mucho más complejo, inquietante y perverso que una desenfadada fiesta de jóvenes desocupados. Ciertamente, y pese a que parezca lo contrario, no es un texto fácil de presentar en escena en nuestros días. La tentativa de enlazarlo con la contemporaneidad mediante  la música de rock que suena en los últimos compases del espectáculo, constituye,  a mi modo de ver,  una solución tan obvia como inadecuada. Si el texto sigue interesándonos hoy –y sobre esta cuestión no me cabe ninguna duda-  no creo que sea porque la transposición de lo que Bruckner imaginaba en 1923 a lo que sucede en 2010, pueda hacerse en virtud de  semejanzas superficiales, de paralelismos entre celebraciones nocturnas, sin discernir las causas de los problemas ni determinar las diferencias entre las situaciones en las que se movían la juventud vienesa de los años veinte y la española de comienzos del siglo XXI.

 

Tampoco ayuda demasiado una interpretación actoral desorientada, que ha encauzado sus energías en bailes y en adornos sin preocuparse por lo que realmente les sucede a los personajes ni por entender el contexto en el que sus vidas se mueven. Pese a que los esfuerzos de algunas actrices – más que de los  actores - merecen considerarse, faltan finura, profundidad y perspicacia en la configuración de sus personajes. No es suficiente con la entrega personal – aunque esta sea imprescindible - para lograr interpretaciones adecuadas. Y no puedan pasarse por alto algunas interpretaciones especialmente toscas o los excesivamente frecuentes errores de texto.

 

Titulo: El mal de la juventud

Autor: Ferdinand Bruckner
Traducción:
Miguel Sáenz
Escenografía y vestuario: Beatriz San Juan

Iluminación: Valentín Álvarez y Pedro Yagüe
Música:
Miguel Malla
Profesor de baile:
Tony Escartín
Producción:
Teatro de La Abadía
Ayudante de dirección:
Fefa Noia
Ayudante de escenografía y vestuario:
Almudena Bautista
Maquillaje y peluquería:
Marta Luján
Intérpretes: Marta Aledo (Desirée), Jesús Barranco (Alt), Irene Escolar (Lucy), Sandra Ferrús (Marie), Iván Hermes (Freder), Aitor Merino (Petrell), Amanda Recacha (Irene)

Dirección: Andrés Lima
Duración aproximada: 1 H. y 55 min.
Estreno en Madrid: Teatro de La Abadía (Sala Juan de la Cruz), 14 – X - 2010

 
 
 FOTOS: ROS RIBAS

 

 

Eduardo Pérez – Rasilla
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Última actualización el Domingo, 28 de Noviembre de 2010 09:48