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Largo viaje hacia la noche. Crítica PDF Imprimir E-mail
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Domingo, 14 de Septiembre de 2014 14:58

 LARGO VIAJE HACIA LA NOCHE
LA FUERZA DE LAS PALABRAS

 
 
  FOTOS: ROS RIBAS

Título: Largo viaje hacia la noche.
Autor: Eugene O’Neill.
Traducción: Ana Antón Pacheco.
Adaptación: Àlex Rigola.
Escenografía: Max Glaenzel y Estel Cristiá.
Vestuario: Berta Riera.
Iluminación: MaríaDomènech. (AAI)
Banda Sonora: Eugeni Roig.
Diseño de sonido: Borja de Andrés.
Realización de Escenografía: Proescen
Realización vestuario y utilería: Nuria Martínez/José Ramón Salguero/ Teatro de la Abadia.
Peluquería y maquillaje: Nines Rivera Mauri
Diseño Gráfico: Estudio Manuel Estrada.
Fotografía: Ros Ribas
Ayudante de dirección: Fefa Noia/Rafael Díez-Labín
Intérpretes: Chete Lera (James Tyrone), Mercé Aranega (Mary Tyrone), Israel Elejalde (Jaime Tyrone) y Oriol Vila (Edmund Tyrone).
Duración: 2 horas
Dirección: Àlex Rigola
Estreno en Madrid: Teatro de la Abadía, 9 – III - 2006. 

 

Largo viaje hacia lo noche es una obra biográfica. En ella, Eugene O’Neill, su autor, hace un retrato estremecedor de su familia. Muestra a su padre, famoso actor que pasó buena parte de su vida haciendo giras por Estados Unidos, hombre tacaño y dado a la bebida; a su madre, adicta a la morfina desde que la consumiera por primera vez para aliviar los dolores durante el parto del autor; su hermano mayor, actor sin vocación, persona cínica, alcohólico como su progenitor; y, en fin, el propio O’Neill, que creció lejos del padre, siempre ausente, recorrió medio mundo trabajando en diversos oficios y, cuando regresó a la casa familiar, contrajo la tuberculosis. La acción transcurre en la vivienda en la que pasaban los meses de verano, justo el día en que le fue diagnosticada la enfermedad. Desde las ocho y media de la mañana, cuando el sol entra por las ventanas, hasta la media noche, con la casa en penumbra envuelta en una densa niebla, los personajes van desgranando, en un ambiente de tensión contenida, pero creciente, aquellos aspectos que hacen, de su convivencia, un infierno que conduce, irremisiblemente, a la autodestrucción colectiva.

 
CHETE LERA / ORIOL VILA
FOTO: ROS RIBAS
 

O’Neill concluyó la obra en 1940. En el borrador dejó anotado que, en su opinión, la representación duraría poco menos de dos horas y cuarto. Erró en el cálculo. Cuando veintiséis años después fue estrenada en Estocolmo, la función duró cuatro horas y media. En 1988, dirigida por Miguel Narros y William Layton, se presentó en España una versión casi íntegra, pues alcanzó las cuatro horas. Ésta que ahora ofrece Álex Rigola apenas llega a dos. La reducción es, pues, notable. Supone la eliminación de buena parte del texto y la desaparición del personaje de Cathleen, la joven, ignorante y simpática criada que, en el tercer acto, mantiene un importante diálogo con la madre. En principio, este crítico es contrario a esta práctica tan común, pero está de acuerdo en que, a veces, resulta conveniente. Lo es en este caso, no tanto porque el público acabe dando muestras de cansancio, como sucedió en el montaje de Narros y Layton, sino porque el texto escrito por O’Neill, teniendo una estructura dramática perfecta, es reiterativo. Sobran diálogos, como sobran muchos de los detalles que figuran en las largas acotaciones, que sólo son útiles para el lector, pero nunca para el espectador. ¿De qué sirve que el autor escriba que la pequeña librería del salón contiene libros de Balzac, Zola, Stendhal, Ibsen, Wilde y un largo etcétera, si no pueden ser vistos desde la platea? Nada, pues, que reprochar a Rigola, salvo que la poda llevada a cabo haya sido, tal vez, rigurosa.

 
  FOTO: ROS RIBAS

La escenografía creada por Max Glaenzel y Estel Cristiá reproduce, en líneas generales, la sala de estar descrita por el autor. No parece, sin embargo, formar parte de una vivienda. Las puertas que conducen a las demás estancias, se abren al vacío exterior, a un espacio indefinido que se traga a los personajes cuando se asoman a él o desde el que son arrojados al interior empujados por una fuerza invisible. Se convierte, así, en un espacio aislado, una especie de bungalow en el que los personajes no pueden sustraerse a la dolorosa revisión de su pasado. En aquel infierno se consumen todos sus intentos por trocar el odio en afecto y convertir el largo viaje hacia la noche en un viaje hacia la luz. Lo que sugiere esta escenografía no se diferencia mucho de lo que inspiraba la plataforma negra flotando en la oscuridad concebida para la puesta en escena que, de esta obra, hizo Ingmar Bergman en 1988. Hay algo más. El decorado está instalado sobre un escenario giratorio, de manera que, en determinados momentos, los tres ventanales que dan al jardín, situados en la pared del fondo, aparecen en primer plano, frente al público, que ve a los personajes al otro lado de los cristales, como atrapados en una jaula de la que son incapaces de salir.

 
MERCÈ ARENAGA / ORIOL VILA
FOTO: ROS RIBAS
 

Ese es el marco en el que se mueven los actores. Los cuatro están a la altura de los personajes que interpretan, pero, frente a lo que se espera de ellos, no se comportan como se supone que lo harían los protagonistas de un drama de las dimensiones que el que se plantea en Largo viaje hacia la noche. Sus diálogos se desarrollan con una serena contención que contradice su contenido. Ni siquiera el padre saca a relucir el histrionismo propio de un profesional de la escena que ha desarrollado su actividad en pleno reinado del melodrama, ese género al que O’Neill combatió con todas sus fuerzas. El resultado es un espectáculo gélido, cuya fuerza reside en lo que cuentan los personajes, no en como lo hacen. Parece como si Rigola hubiera querido evitar cualquier atisbo de sentimentalismo en sus conductas, como si sólo confiara en la fuerza de las palabras. Éstas van surgiendo en un goteo continuo, densas como la esencia que destilan los alambiques. Es un gozo escuchar este texto impregnado de un notable aliento poético con el que O’Neill culminó el proceso de renovación del lenguaje habitual en los escenarios norteamericanos. Lástima que las voces lleguen contaminadas por el empleo de micrófonos inalámbricos.


 


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
Copyright©lópezmozo

 

 


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Última actualización el Domingo, 14 de Septiembre de 2014 15:43
 
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