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La función por hacer. Pirandello-Arco-Aitor. Crítica PDF Imprimir E-mail
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Viernes, 31 de Mayo de 2013 07:32

LA FUNCIÓN POR HACER
que ya está hecha
 
 
RAÚL PRIETO / ISRAEL ELEJALDE
FOTO: EMILIO GÓMEZ
Cuando en diciembre de 2009 se estrenó en el vestíbulo del teatro Lara, de Madrid, La función por hacer,poco podíamos imaginar que Miguel del Arco, su director, estaba dando un paso de gigante en su carrera profesional. No era un recién llegado al teatro, como tampoco lo era Aitor Tejada, coautor del texto, que no era sino una versión libre de Seis personajes en busca de autor, uno de los dramas esenciales en el teatro del pasado siglo. Actores de cine, teatro y televisión desde los años ochenta, en el 2000 crearon la compañía Kamikaze, que había tenido, hasta su llegada al Lara, una actividad discreta. Estrechos colaboradores en los proyectos que abordaban, cada uno acabó decantándose hacia tareas distintas. Tejada asumió las de producción y del Arco, las de dirección.
 
A priori, cuesta entender como un proyecto fraguado cuatro años atrás, abandonado y puesto de nuevo en marcha en condiciones económicas precarias y sin lograr despertar el interés de ningún teatro, pudo convertirse, en el escenario improvisado en el vestíbulo del Lara, en uno de los grandes espectáculos de la temporada, celebrado por la crítica, llevado en volandas a la sala pequeña del teatro Español y recompensado con siete premios Max. Lo cierto es que el milagro se produjo. A estas alturas, queda fuera de lugar decir que el éxito estaba cantado, primero porque sería jugar a las adivinanzas haciendo trampa, y, luego, porque, en el teatro, no es conveniente cantar victoria antes de tiempo. Lo que sí podemos afirmar cuatro años después, una vez conocido el desenlace de la aventura, es que el proyecto tenía una base artística sólida. La fórmula funcionó y puede ser considerada magistral a la vista de los resultados obtenidos, no solo en este trabajo, sino también en otros posteriores, como Veraneantes y El inspector. La tentación de situar a del Arco en la estela del transgresor Veronesse es grande, pero, sin negar alguna influencia, la música que toca es otra.
 
Hay que admitir que, este tipo de propuestas, no gusta a los que creen que las grandes obras deben representarse con fidelidad a los textos originales. Siendo un criterio respetable, también lo es el de aquellos creadores que se sirven de los clásicos para formular sus propuestas. Las relecturas establecen puentes con el pasado, tan necesarios como enriquecedores. Otra cosa es que el resultado no sea el esperado y decepcione o que estemos ante burdas manipulaciones que tratan de ocultar la falta de talento sirviéndose del ajeno. No es el caso que nos ocupa. La función por hacer nace desde el respeto a la obra de Pirandello, pero se presenta bajo un formato que, sin afectar al contenido, le da apariencia de obra nueva próxima a la sensibilidad del público de hoy. De ahí que sea un acierto haber cambiado el título.
 
Los cambios que Miguel del Arco y Aitor Tejada han introducido afectan, en primera instancia, a la longitud del texto, del que han desaparecido no pocos fragmentos. Del alcance del recorte, da idea que, a pesar de la incorporación de algunos diálogos tomados de otras piezas de Pirandello, el espectáculo dura hora y media. Lo que queda es una muy controlada reducción para ofrecer muy depurado lo esencial de la obra. También han eliminado a dos de los personajes que llegan en busca de autor y lo que interrumpen no es un ensayo, sino una divertida función interpretada por dos actores, en la que él representa a un joven pintor y, ella, a su pareja. La mezcla de comedia y drama, bien dosificada, rebaja la tensión que atraviesa la obra de principio a fin sin menoscabo de la profundidad de su contenido. Se mantiene vivo el debate sobre las relaciones entre el personaje y su intérprete, con referencias añadidas a métodos actorales que, en tiempos de Pirandello, estaban en mantillas. También siguen sobre el tapete cuestiones tan fascinantes como las distintas lecturas que suscita un hecho en función de quién lo describe y cómo lo hace o las dificultades del creador para reproducir artísticamente la realidad.
 
La puesta en escena persigue acercar la acción a los espectadores. Se prescinde, como paso previo, del escenario a la italiana. Hay, en su lugar, un espacio central y rectangular rodeado por las gradas destinadas al público. Los pasillos que arrancan de sus cuatro vértices son las vías de acceso al escenario, pero también se actúa en ellos, como se actúa entre las butacas. Así, la acción desborda los límites del espacio escénico y se expande por toda la sala, disolviendo la tradicional frontera entre público y actores. Hay momentos en los que aquél parece atrapado en una tela de araña tejida por estos. Huérfano de escenografía y con "atrezzo" mínimo –caballete de pintor, banca polivalente y silla -, la atención se concentra exclusivamente en los actores. Su entrega es absoluta y sin concesiones. Imprimen a la acción un ritmo frenético que solo remite en los momentos en que los actores que interpretan la obra interrumpida se enzarzan en discusiones sobre la conveniencia de rechazar a los intrusos o de sacar partido de las posibilidades dramáticas de lo que cuentan. Raúl Prieto y Miriam Montilla asumen la incómoda y aparentemente poco grata tarea de servir de válvula de escape a tanta tensión, a la que, sin embargo, acaban siendo arrastrados. Ambos se muestran cómodos en los dos registros, el del humor y el que exterioriza los esporádicos estallidos de ira. Por otra parte, los cuatro personajes que llegan con su drama a cuestas fingen que están actuando, fingen ignorar la existencia de un auditorio. No escenifican su historia. No son sus intérpretes, sino sus protagonistas. Pretenden que alguien asuma darla a conocer en su nombre y, en ese intento, surgen las contradicciones sobre lo realmente sucedido. El relato de los hechos es claro: una mujer ha perdido el hijo que esperaba, el marido ha tenido una aventura con la esposa de su hermano y el fruto de su relación es un hijo. Ese es el punto de partida del drama. Cuatro actores ponen todo su empeño en negarnos que lo son y nosotros, cómplices, nos lo creemos. Así, confundimos a Israel Elejalde con el padre de las dos criaturas, a Raúl Prieto con su hermano, a Manuela Paso con la esposa de aquél y a Bárbara Lennie (o Teresa Hurtado, según los días) con la mujer infiel. La atormentada familia pasa ante nuestros ojos como un huracán, dejando una estela de violencia y dolor. Cuando desaparece y los dos actores, dueños de nuevo del escenario, anuncian que al día siguiente representarán la función interrumpida, abandonamos nuestra condición de "voyeurs", volvemos a sentirnos público y como tal nos comportamos, reclamando con nuestros aplausos la presencia de los actores despojados de sus disfraces.


Título: La Función por hacer (a partir de Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello)
Versión: Miguel del Arco y Aitor Tejada
Diseño de sonido: Sandra Vicente (Studio 340)
Diseño de iluminación: Juanjo Llorens
Producción ejecutiva: Aitor Tejada
Producción: Kamikaze Producciones
Intérpretes: israel Elejalde (Hermano mayor), Bárbara Lennie/Teresa Hurtado de Ory (Mujer), Miriam Montilla (ACtriz), Manuela Paso (Madre), Raúl Prieto (Hermano menor), Cristóbal Suárez (Actor).
Duración: 90 minutos
Reestreno en Madrid: Teatro de la Abadía (Sala José Luis Alonso), 16 - V -2013
 
 RAÚL PRIETO / ISRAEL ELEJALDE / CRISTÓBAL SUÁREZ / BÁRBARA LENNIE / MANUELA PASO / MIRIAM MONTILLA
FOTO: EMILIO GÓMEZ
 


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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Última actualización el Viernes, 31 de Mayo de 2013 07:49
 
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