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La Gaviota. Chejov. Ochandiano. Crítica PDF Imprimir E-mail
Escrito por José R. Díaz Sande   
Jueves, 10 de Mayo de 2012 13:27

LA GAVIOTA

UN BUEN HACER Y UN BUEN DECIR

 

 
 

Tiempos de crisis e inventos nuevos para poder seguir adelante con eso que llamamos Teatro. Hay casi una vuelta a aquellos tiempos en los que los actores no cobraban los ensayos; se reunía una compañía y a probar fortuna. Algo similar ha sucedido con este equipo de actores, que en vez de esperar el nuevo advenimiento, se han liado la manta a la cabeza y le han metido mano  a La Gaviota de Anton Chèjov, título emblemático en su producción teatral.  

 

Impelidos por esa austeridad han buscado el modo de eliminar vestuario decimonónico, los diversos decorados y el lago. Lo que sucede es que no los han eliminado sin más. Inteligentemente han buscado una fórmula aceptable: la de una Compañía que ensaya La Gaviota o bien, en palabras de la propia compañía, "los propios personajes de Chejóv los que se rebelan, como los seis personajes de Pirandello".  Sean una opción u otra, o las dos para mantener el equívoco, se consigue eliminar la parafernalia obligada que rodea a cualquier texto teatral. Eliminada ésta, la historia de Chéjov se acerca más al espectador y se comprueba que el sólo texto posee una fuerza y una evocación en sí mismo.

 

Chéjov con La Gaviota reflexiona sobre temas fundamentales del ser humano: el arte, la muerte, el paso del tiempo, el amor transgredido, el amor imposible. Por eso sigue teniendo vigencia, como siguen teniéndola los grandes clásicos griegos y los de los siglos posteriores. La habilidad de Chéjov es que esos temas, planteados casi a nivel de tesis, saben encontrar su encarnadura en seres de carne y hueso. Ello es lo que nos lleva a compadecernos o a identificarnos con la vida y no con la teoría.

 

La versión de Rubén Ochandiano, también director del montaje, ha optado por un acercamiento mayor al crear un espacio escénico, parte, en medio de la sala, con lo cual los espectadores estamos muy próximos a lo que sucede en esa desintegrada familia. Es como si nos hubiéramos metido en el salón de la casa a fisgar. Tal proximidad lleva a una recitación más a ras de tierra - ya el lenguaje de Chéjov fue una revolución en su tiempo, al olvidar la grandi-elocuencia de los textos al uso -, que barnizan de contemporaneidad a toda la representación. Llega bien al espectador, incluso ciertas largas parrafadas del original. Nos sentimos cómodos con todos los actores en su hacer y decir.

 

Compañía que ensaya o personajes en busca de una representación, viene dado por la permanencia, la mayoría del tiempo, de los actores en escena en sus sillas respectivas. Pueden ser actores que esperan su turno o personajes abandonados. Está bien dado este segundo aspecto, ya que las posturas de los actores en espera son un tanto originales: quedan como adormecidos en sus sillas o vuelven la  espalda al espectador. Otras veces se quedan en cuclillas ocultos bajo algún mueble. Otra de las soluciones inteligentes es el hacer ausentarse a los actores - suben a la grada de los espectadores - en aquello momentos más sublimes en los que los personajes manifiestan su amor o sus deseos más íntimos.

 

Entre los discretos cambios o adaptaciones está el personaje femenino de Masha que se convierte en el homosexual Max. Cambio parecido tuvo la versión de Hedda Glaber (CLIKEAR), estrenada hace poco en el Teatro de la Abadía por el Teatre Lliure de Barcelona. En aquella ocasión la tía Julia es lesbiana y cuida de su amor, en vez de su hermana como dicta el original. Convertir a Masha en Max, Rubén Ochandiano lo justifica con la temática de Masha: el amor imposible. Colocar ese amor en un homosexual lo justifica Rubén, porque el amor entre dos hombres siempre es más complicado e imposible cuando topa con un heterosexual. Viendo esta versión y olvidada Masha, la adaptación no restalla. Funciona. Este trastocar los sexos últimamente, tanto en teatro como en series televisivas, proporciona un rasgo de mayor humanidad a la sociedad. Cada vez, gracias a Dios, quedan más alejados los tiempos en los que los homosexuales escénicos sólo se utilizaban  como parodia o para dar el toque cómico. Estos intentos consiguen un discurso, sobre  el tema, de tipo más humano. El secreto de la eficacia de  tal trastocamiento de personajes originales a otros nuevos, es que no destruya el espíritu de los personajes originales.

 

Todos los intérpretes consiguen una buena altura y, sobre todo hacen del texto una declamación llana y que llega sin forzamientos. Entre todos consiguen un bello y dinámico espectáculo. Si alguien hay que destacar entre ellos es Silma López en el papel de Nina (la  gaviota). Tal relevancia viene obligada por ser la presentación de una actriz joven - su primer papel oficial - en un personaje nada fácil: ingenuo en el primer acto, baqueteado en el segundo. Silma consigue infundirle una ingenua naturalidad y el encanto avispado de la inocencia. Bienvenida sea.

 

Si las intervenciones de los personajes se van graduando a lo largo del texto, el personaje de Trigorin (Javier Albalá), causante del rompimiento, en esta versión casi desaparece. Es cierto que, desde que la leí, es un personaje que casi se esfuma. Aquí, prácticamente, no existe. No podría decir si es que lo han eliminado más de la cuenta. Ha habido poda en los personajes. Los 14 personajes de Chéjov se han quedado en 10, sin que haya doblete. Posiblemente al meter las tijeras, Trigorin tuvo algún corte de más.

 

Esta Gaviota tiene una gran vitalidad, y llama la atención el que esa familia posee muchas concomintancias con las actuales. Un buen trabajo coral que llega al espectador con fluidez.

 

Uno espera del actor no reconocer su encarnadura natural, sino su encarnadura ficticia del personaje. Esto viene a cuento porque, al menos a mí, me llena de satisfacción cuando esto se cumple. Aquí vemos a los personajes y no a los actores. Como ejemplo me ha llamado poderosamente la atención Julio Vélez. En estas continuas reposiciones de las series televisivas, Julio Vélez interpreta en unos capítulos de la serie La que se avecina, a un mangante expresidiario, que juega mezquinamente con los delirios amorosos de la estrella Stella Reynolds. Viéndolo allí de macarra y viéndolo aquí de doctor, nadie podría imaginar que es el mismo. Esto es bueno.

 

 
 VERA KOMISSARZKÉVSAYA (1896)                                                                                 SILMA LÓPEZ (2012

 

Título. La Gaviota

Autor: Anton Chéjov

Versión: Rubén Ochandiano

Dirección Artística: Shiloh Garrel

Espacio sonoro: Cristina Hortigüela

Asistente de escenografía: Pelayo Rodríguez

Productores: Santiago Ilundáin, Mamen Carrascal, Ignacio Ilundáin

LA QUERENTE PRODUCCIONES S.L

Contacto: Mamen Carrascal 627 52 61 50

Ayudante de dirección: Sergio Sánchez

Intérpretes: Toni Acosta (Arkadina), Javier Albalá (Boris), Javier Pereira (Kostya), Silma López (Nina), Julio Vélez (Sergio), Joaquín Gómez (Sorin), Pepe Ocio (Max), Viviana Doynel (Polina), Alito Roedget (Chema) e Irene Visedo (Simona).

Director: Rubén Ochandiano

Reestreno en Madrid: Teatro Galileo, 22 - IV -2012


José Ramón Díaz Sande
Copyright©diazsande

 




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Última actualización el Jueves, 10 de Mayo de 2012 13:55
 
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