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Los cuernos de Don Friolera. Reseña 1967. Crítica. PDF Imprimir E-mail
Escrito por Gonzalo Pérez de Olaguer.   
Domingo, 04 de Abril de 2010 08:13

 




 

LOS CUERNOS DE DON FRIOLERA
VALLE-INCLÁN

[2008-07-17]

Valle Inclán en los ańos sesenta era un cierto enigma. Censura por todos lados: teatro irrepresentable y molestia para lo establecido oficialmente.


 

RESEÑA, 1967
NUM. 19, pp. 291 - 293

los cuernos de don friolera
valle-inclán

Valle Inclán en los años sesenta era un cierto enigma. Censura por todos lados: teatro irrepresentable y molestia para lo establecido oficialmente. Gogo, teatro Independiente se atrevió a montarlo con motivo del centenario de Valle. Coincidían los centenarios de Arniches y Benavente y de ellos sí se ocupó el teatro comercial.


Título: Los cuernos de Don Friolera
Autor: Ramón María del Valle – Inclán.
Compañía: Gogo, Teatro Independiente
Intérpretes: Emma Bertrán (Doña Loreta), Carlos Velat (don Friolera), Carlos Canut, Valentín Gómez, Ovidio Monllor…
Dirección: Gustavo A. Hernández
Estreno en Barcelona: Septiembre (¿?) 1967

La presencia en un escenario español de una obra de Valle-Inclán es hoy, ya por sí, hecho notable. Tal gloria le cupo a Gogo, Teatro Independiente que nos dio seis representaciones del esperpento por excelencia Los cuernos de don Friolera. Resulta curioso, y significativo, que en este centenario del nacimiento de Arniches, Benavente y Valle-Inclán, mientras los dos primeros se han repuesto, comercialmente, en nuestros escenarios, con cierta magnanimidad, el tercero prácticamente no ha subido (1). Ha tenido que ser un grupo independiente el que levante, a costa de muchas cosas, una gran obra valleinclanesca. Esta ausencia responde, en verdad, a nuestra realidad teatral de hoy. De ahí que considere gracioso -y triste - el ver cómo se polemiza rabiosamente acerca de si el teatro de Valle-Inclán está o no está muerto. He leído ataques concretos y graves, y recuerdo, ahora, como Ramón Sender en su Valle-Inclán y la dificultad de la tragedia suscribe la teoría de que sus obras no son teatrales. Decididamente no estoy de acuerdo. Lo poco de su teatro que se nos da hoy, escupe a la cara teatralidad auténtica. Que existan unas evidentes dificultades en cuanto al tratamiento y puesta en escena de sus textos, sí, pero de ahí a negar una evidencia - es el mismo público el que atestigua - va un abismo.

Ramón María del Valle-Inclán fue un incomprendido en su época. Esto es algo que flota en el ambiente. Asistimos - con carácter, claro, minoritario - al descubrimiento de la figura literaria de Valle - Inclán, a un acto de justicia intelectual, que tiende a colocar su obra dramática en lugar de honor del teatro español de este siglo. Sus textos son sugerentes, ricos y críticos, dolorosamente críticos. Teatralmente, su gran faceta es el esperpento, sobre el que se ha teorizado por doquier. El esperpento - fuerza arrolladora - se sitúa entre los años 20 y 30, y llega por destrucción de otras andaduras, que a Valle le parecen poco convincentes y menos suficientes. Valle-Inclán entierra el modernismo de sus propias Sonatas, - Luces de Bohemia: escena del cementerio en la que están presentes Rubén Darío y Max Estrella -. Su camino estético es, pues, largo y honrado. Sobre el esperpento - expresión máxima del hondo teatro valleinclanesco - se ha teorizado, repito, por doquier. La deformación expresa de la realidad la utiliza don Ramón para hacemos ver esa misma realidad. Pero oigamos cómo el propio autor nos explica lo que para él, su creador, es el esperpento, en dos casi consecutivos diálogos de Luces de bohemia, a cargo de Max Estrella y don Latino de Hispalis:

Max: ¡Don Latino de Hispalis, grotesco personaje, te inmortalizaré en una novela!
Don Latino: Una tragedia, Max.
Max: La tragedia nuestra no es tragedia.
Don Latino: ¡Pues algo será!
Max: El Esperpento.

Y casi a continuación:

Max: (…) El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato.
Don Latino: ¡Estás completamente curda!
Max: Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el   Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse en una estética sistemáticamente deformada.
Don Latino: ¡Miau! ¡Te estás contagiando!
Max: España es una deformación grotesca de la civilización europea.
Don Latino: Pudiera. Yo me inhibo.
Max: Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
Don Latino: Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.
Max: Y a mí. La deformación deja de serio cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.
Don Latino: ¿Y dónde está el espejo?
Max: En el fondo del vaso.
Don Latino: ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!
Max: Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España.

Los cuernos de don Friolera es, dentro del esperpento, su mejor expresión. Comulgo con Ricardo Domenech en que el descoyuntamiento de la realidad utilizado por Valle - Inclán guarda un cierto y no menos curioso paralelismo con el famoso distanciamiento brechtiano. La obra que comento nos lo revela abiertamente. Las figuras de don Manolito y de don Estrafalario - éste encarna al propio Valle - Inclán - centran la obra: ambos intelectuales recorren las tierras de España. Topan con las ferias de un pueblecito y en ellas con la presencia del clásico “bululú”; ante este teatro don Estrafalario lanza una de sus famosas teorías: que la necesaria regeneración del teatro español debe partir de esta forma teatral, al tiempo que increpa al teatro español del siglo XVII, del que dice tener la crueldad de la “bárbara liturgia de los autos de fe”. Finalmente, postula que todo principio estético se funda al final, en “una superación del dolor y de la risa”. Sobre este denso telón de fondo - raíz auténtica del autor- sitúa Valle - Inclán los personajes del esperpento, tendientes todos a ilustrar cuanto Valle dice por boca de don Estrafalario. Los tres personajes centrales de la obra - Doña Loreta, Pachequín y el Teniente Friolera - se lanzan a un consumo a granel de sal gruesa, tremendismos y palabrotas simplistas. Dudan desde que la acción ocurre y sus dudas respectivas  distintas desde el primer momento dan un aire original al esperpento  que no farsa - un fuerte populismo castizo, que deja en sonrisas, y a veces en risa, lo que en el fondo es triste y auténtico. La deformación de la realidad alcanza aquí caracteres cómicos, aunque es la burla, despiadada en ocasiones, la que preside la escena (don Friolera quiere limpiar su honor no por marido burlado sino por teniente de Carabineros), Valle - Inclán alude constantemente a hechos concretos de aquella España, así como a otros intocables hasta entonces. Los espejos cóncavos de su teatro juegan sin cesar, deforman, y nos dan unas alusiones tan concretas como reales.

Convengamos, finalmente, en que Ramón María del Valle-Inclán nos muestra aquí su tan decidida tendencia antiheroica, escarnecedora y humorística de nuestro siglo. Es evidente, pues, que Valle - Inclán se burla de sus personajes - Don Friolera más bien resulta una especie de borrego, al que el autor ridiculiza dejándole que, llevado por los prejuicios de un caduco código del honor, mate a su propia hija - aunque esta burla esté basada, o iniciada, en la visión y recreación - contemplación, mejor,  crítica de todo aquello que pulula a su alrededor. ¿No es cosa normal que la mayoría de las veces esa contemplación crítica nos lleve a la risa?

La representación de Gogo, Teatro Independiente no estuvo, ni mucho menos, conseguida. No ya por una falta de medios - y aún de escenario - que era cosa lógica y presumible sino porque Gustavo A. Hernández, que firmaba la Dirección, no logró crear el clima preciso, y la obra, en muchos momentos, tendió más a la farsa que al esperpento. En cuanto a la interpretación, el mayor y más evidente fallo estuvo en Emma Bertrán, que equivocó por completo su personaje, equivocación achacable sin duda al Director - Doña Loreta, jamona repollada y gachona, con mucho bulle-bulle en las faldas, toda meneas, quedó reducida en Emma Bertrán al simple grito gutural, falta de matiz cursi que la puso el autor y estuvieron eficaces Carlos Velat en el papel de don Friolera, y Carlos Canut, Valentín Gómez y Ovidio Monllor, que encarnaron la terna de los Tenientes en los que Valle - Inclán descargó su habitual sarcasmo. Pese a estos defectos el contexto llegó bien al público, que lo celebró abiertamente, dándose cuenta de que allí estaba una rotura decidida respecto a unas maneras de hacer y pensar en el teatro que, por aquellas fechas, aún existía en nuestro mundo escénico.


(1) Águila de Blasón. Teatro Español de Madrid. Dir. Adolfo Marsillac.
     La rosa de papel. Teatro Nacional María Guerrero. Dir. José Luis Alonso.


GONZALO PEREZ DE OLAGUER
Copyright©perezolaguer

 

Última actualización el Jueves, 29 de Abril de 2010 11:26
 
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